Las leyes de la física son universales. Afectan por igual a los elementos, sea cual sea su cantidad. La ley de la gravedad funciona en similares términos sobre una manzana que sobre mil. Animado por esta circunstancia, habida cuenta de que una parte de la izquierda española sostiene que existe el derecho inherente de autodeterminación para los pueblos, doy por sentado que existe igualmente para los seres humanos considerados de forma individual. Un derecho de todos es la suma de los derechos de cada uno.

Por todo lo cual, he decidido convocar un referéndum de mí mismo con la finalidad de declarar, una vez celebrado el escrutinio, mi independencia del Estado español y de cualquier estado que, de forma ilegítima, pretenda invadir mi soberanía.

Si el voto es afirmativo-y es previsible que lo sea- pienso declarar mi casa como territorio nacional e independiente. Como cualquier estado, el territorio que abarca mi propiedad será considerado de mi soberanía nacional. Eso implica, por supuesto, que de forma inmediata dejaré de pagar el Impuesto sobre Bienes Inmuebles y cualquier otra carga o gravamen de alguna hacienda extranjera. Dentro del comercio internacional, abonaré puntualmente el suministro de energía eléctrica, agua y otros servicios que me sean prestados por cualquier otro país. Pero todos los ingresos derivados de mi actividad laboral en el extranjero se considerarán exentos de impuestos porque, por supuesto, se acabó que con mis ingresos se realicen retenciones o exacciones fiscales destinadas a financiar la prestación de servicios de ciudadanos que pertenecerán a otro país que no es la república independiente de mi casa.

Es posible que a estas alturas, si ha seguido usted leyendo, se esté sonriendo de lo que considera un disparate. ¿Por qué? ¿Por qué es un disparate que cualquier ciudadano pueda reclamar de forma individual lo que demandan otros? ¿Quién fija cuál es el número mínimo de personas que pueden proclamar su autodeterminación? Nadie, porque no existe. Y la realidad es que los ciudadanos somos tal porque de manera tácita nacemos dentro de una sociedad que nos integra de forma automática e involuntaria y de la que formamos parte a partir de leyes y normas que debemos acatar y derechos que podemos ejercer.

Claro que si me independizo de España, perderé el dinero que he estado pagando durante décadas para mi pensión de jubilación. Perderé mis posesiones, porque el Estado se quedará con mis propiedades que están en su suelo. Y seré un apátrida feliz, pero en pelota picada. Lo de Cataluña es casi lo mismo, pero se quieren quedar con el suelo, las inversiones y la pasta. Pero de igual forma que es bastante dudoso que a un ciudadano le permitan declararse país soberano y dejar de pagar impuestos, ningún Estado permitirá que le peguen un mordisco a su territorio y a una parte de sus ciudadanos.

Puigdemont puede comprar un felpudo de Ikea y ponerlo este lunes la puerta Parlamento catalán. Pero que lo compre pequeño, para poder llevárselo enrrollado a su futura nueva residencia. Si es que en el talego dejan llevar equipaje.