Asistimos a un esperpento político y social que ofende a cualquier comunidad con un mínimo estándar de valores. Desde la vergüenza y, pese a sus imperfecciones y carencias, recuerdo el vapuleado espíritu de la Transición y me sitúo, otra vez, en la plaza de España de una ciudad e isla dicotómicas, junto a una amiga del alma -comunista en la era de las proscripciones- en la procesión de la Cruz de 1979; y concretamente, en el cortejo oficial con mayoría centrista y gobierno local de izquierdas y alcalde comunista. Fue una escena áurea, compartido con María Lola Felipe, que cumplió cien años a fines de septiembre, y uso el indicativo porque es el modo gramatical que dedico a la gente que me importa y quiero.

Celebramos entonces que, pese al tormentoso pasado, fue posible y luminosa la cercanía y convivencia entre distintos; y el diálogo en aras del interés general, siempre por encima de los colores, bajo el manto de la democracia. Ahora vuelvo a estar muy cerca de sus geografías vitales y afectivas: barrio, hijos, nietos, afanes y gustos; de sus ideas, inquietudes y pulsión igualitaria, del juvenil inconformismo que mantuvo contra la implacable marea de la edad; y de su estilo porque, la elegancia y los modales -Chabuca Granda lo dijo cantando- es lo primero y, acaso, lo único que debemos conservar.

Cumplir años nos impone ampliar la memoria y actualizar sus inventarios y, de vez en cuando, en La Palma, con Loló y Jorge Lozano, con Luis Martín y Manolo Ortega, con tantos afectos del tiempo común, repasamos con igual nostalgia que alegría rediviva las horas difíciles en que tuvimos que buscar los trabajos e inventar los ocios. De forma determinante, ahí salen los afanes solidarios de María Lola, organizadora de galas benéficas para atender, con exquisita discreción, las necesidades primarias o las contingencias de salud de paisanos con nombres propios y colectivos desfavorecidos. Esas acciones, también con sitio en el imaginario cultural y festivo de nuestro pueblo, acreditaron su solidaridad sin alharacas, cuando la caridad con campanillas apenas si atenuaba penas cuyas soluciones, en puridad, correspondían a la justicia social. En el primer escalón del barrio de San Sebastián, respondió a la esperanzada sentencia de Charles Dickens: "Nadie que haya aliviado el peso de sus semejantes habrá fracasado en este mundo". ¡Feliz cumpleaños!