Josep Borrell exhibió ayer una altura de concepto de Cataluña que ya le gustaría soñar en otra vida a Puigdemont o a Junqueras. Socialista, exministro y expresidente del Parlamento Europeo, se dirigió al casi millón de manifestantes en catalán, poniendo de manifiesto que ningún independentista es dueño ni de la idiosincrasia, ni de los logros de aquella tierra. El encuentro consiguió pulverizar las previsiones más optimistas de asistencia y sepulta la idea de que en Cataluña prime un sentimiento secesionista. Con una preparación irrefutable y después de haber presidido la sala de diálogo de nuestra casa común que es Europa, lo que Borrell ponía de manifiesto al escucharlo, era el chovinismo y la bajeza de miras del grupete que hoy está subido al carro independentista: el mundo es otro.

La manifestación de ayer y la salida de las empresas de Cataluña de estos últimos días hacen pensar que al independentismo se le ha asestado un buen estacazo en el corazón. Pero además, en la manifestación, se produjo un hecho sumamente importante que no debemos obviar, y es cómo el pueblo catalán que se siente profundamente español, y que ha vivido subyugado por los independentistas durante años, tomó la calle y gritó pidiendo libertad, paz y respeto al disenso de pensamiento. Y a partir de ayer, en gran medida, se le ha dado la vuelta a esta tortilla. Entramos en una semana crucial para el desenlace del delirio de Puigdemont, que ya debe estar deseando que esta historia solo haya sido un mal sueño. Pero no.

@JC_Alberto