La filosofía acaba de perder a uno de los pensadores insignes del momento, Jesús Mosterín. Había nacido en Bilbao en 1941 y días pasados un cáncer pulmonar acabó con su vida, a la que nunca puso plazo y que, en un artículo reciente, donde relataba su encuentro con la muerte, ni la deseaba ni la temía confiado en la longevidad familiar, aunque le acechaba la traición del asbesto.

En mi tiempo de estudiante de Filosofía, encontré su libro "Lógica de primer orden" en el cual, desde el pensamiento matemático, se pretendía irrumpir en el mundo de la lógica como pilar fundamental del discurso filosófico. Y no solo fue este texto de este catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia de la Universidad de Barcelona el que nos acompañó algunos años, sino otros para que los que se dedicaban a la reflexión pudieran disponer de argumentos dentro de un mundo polivalente e individualista, abriendo espacios para un mejor entendimiento del universo, de los individuos y de los pueblos.

Me refiero a libros como "La cultura de la libertad", "La naturaleza humana", "Lo mejor posible: racionalidad y acción humana", que hacen colección de una ristra de 28 que publicó, a parte de innumerables conferencias y charlas que dio por el mundo, llegando mas de una vez a Tenerife.

No fue amigo de los nacionalismos -ahí no nos encontramos-, pero si un trabajador y lector infatigable, manifestando con acierto la importancia que tenia la ciencia para la filosofía, llegando a decir: "no es posible elaborar pensamiento filosófico sin saber biología".

Tal era su fluidez sobre las cuestiones que no esquivaba sus circunstancias personales que influyeran en su predicamento vital, por lo que refería con exactitud científica el tipo de cáncer pulmonar que padecía, cómo se lo habían detectado y lo que deseaba es tener la certeza de una muerte no esperada que veía distante.

Los filósofos, como Mosterín, permanecen en el espacio de las academias, de la universidad, aunque a veces llegan sus libros a traspasar esos espacios, llegando a aquellos que compartimos sus lecturas, que en un mundo atosigado por la mediocridad y la estolidez, el aire fresco de sus discursos es un aliviadero que al menos predispone levantar la mirada y dirigirla hacia escenarios donde pudiera intuirse la clarividencia ante la vida que procuró trasmitir. Personas que se nos alejan, pero que sus lecciones quedan como refugio ante los desatinos y "cancaburradas" de algunos.

Mosterín incidió en la ciencia a la que criticó su no neutralidad por lo que circula a su alrededor, dado que más de una vez es el interés de la industria farmacéutica lo que prevalece, más que la verdadera esencia de la misma, por lo que antepuso la filosofía para delimitar campos donde la sospecha se sitúa como protagonista.