Hace unas semanas comenté en uno de mis artículos la necesidad de que todos nos involucrásemos en la selección de la basura que vamos dejando atrás, sobre todo la relacionada con los plásticos y las latas de refrescos. Decía entonces que en el norte del Atlántico, flotando en sus aguas, los plásticos allí acumulados alcanzan una extensión equivalente a tres veces la superficie de España, sin que apenas se noten los esfuerzos de muchos países para reducirla. Lo de las latas de refresco es aún peor, ya que al llenarse de agua caen al fondo del mar, dando lugar a que los submarinistas descubran en sus inmersiones zonas donde "reina" el aluminio.

Siendo esta la situación, no me ha sorprendido nada leer hace unos días un artículo en el que su autor se preguntaba si no sería conveniente volver al vidrio, dando opción al usuario a que recupere el precio del envase en su nueva compra; es lo que antes se hacía. Claro está que su reciclado resulta más costoso que el del plástico, pero si nos ponemos a pensar en los daños colaterales que su utilización trae consigo... pues no sé qué decir. Con toda seguridad las industrias embotelladoras de refrescos pondrían el grito en el cielo si se estableciera una medida que regulara el uso de los envases. Ya se utilizan los biodegradables, pero su fabricación debe de resultar más cara que los normales y es escasa su incidencia en el volumen total. Da la impresión, por lo tanto, de que la única recomendación es "ajo y agua", y resulta que para muchos eso no basta.

Todos sabemos que lo que producimos genera impuestos, que como es natural pagamos los ciudadanos. La fabricación de las latas de aluminio que utiliza, por ejemplo, la industria cervecera está gravada con un impuesto, y lo mismo ocurre con la cebada y el lúpulo que utilizan. Si estas industrias, u otras, por los motivos que sean, prefieren continuar utilizando el plástico o el aluminio para envasar sus productos, se me ocurre preguntar por qué no se les obliga a pagar su reciclado, aunque se lo carguen luego al consumidor. Visto así el asunto parece sencillo, pero nos olvidamos de que estamos tratando con la especie humana: seguiríamos dejando los contenedores y papeleras llenos de envases, como hasta ahora.

Pero en este momento de la película aparecen los noruegos -como todos los escandinavos, unos maniáticos de la limpieza- y dicen: esto no puede continuar así. Nos estamos cargando el planeta y lo que se hace para impedirlo es poco. Hay que adoptar medidas que repercutan en el bolsillo del consumidor, y las únicas serían aquellas que les permitan obtener un beneficio si se deciden a reciclar. Planteado el problema la solución ha venido acto seguido: en muchos lugares públicos han empezado a instalarse máquinas en las que se introducen las botellas de plástico y las latas de aluminio. Como contrapartida recibimos un vale equivalente al del impuesto cargado al producto en el momento de su fabricación, el cual podrá ser deducido de la declaración de la renta anual. Y no solo esto: si lo deseamos, dicho importe podrá ser donado a las instituciones de caridad u ONG que designemos.

Las máquinas en cuestión ya han comenzado a verse no solo en Noruega sino en Suecia y Dinamarca. ¿Llegarán a instalarse algún día en España? Bueno, no solo en nuestro país, sino en los latinos... Pues, sinceramente, no sé qué decir, aunque lo dudo. Nuestra mentalidad, por desgracia, no nos permite calibrar el daño que hacemos al medio ambiente, ni tampoco valorar los pocos euros que nos ahorraríamos en el IRPF.