Y Puigdemont fue al Parlamento y declaró la república catalana independiente. Y no pasó nada. Los pájaros siguieron volando como si no hubiera ocurrido nada relevante. Y luego la suspendió. Y tampoco se movió una hoja.

Pero tuvo mérito. Cuando acabó el pleno los independentistas estaban divididos y cabreados, Madrid estupefacto y desconcertado, los secesionistas frustrados y los españolistas indignados. O sea, todo el mundo tuvo la sensación de salir perdiendo. Algo milagroso. Y millones de espectadores de todo el mundo, que seguían el espectáculo, quedaron decepcionados. Como en un partido de tenis, en el que jugaban con nuestras pelotas, suspendido por la lluvia.

Todos estábamos ayer pendientes de Puigdemont y de ver si era capaz de declarar la república catalana con el aval de apenas dos millones de votos recogidos en urnas que parecían tuperwares gigantescos, sin ningún tipo de garantía democrática. Pero la realidad superó las expectativas. Porque el presidente de los catalanes lo que hizo fue un parto de los montes metafísico. Anunció una declaración de independencia para inmediatamente suspenderla. Una independencia que estaba haciendo pero sin hacerla. Una declaración que estaba y no estaba, como el gato de Schrödinger. Para poder dialogar.

La independencia fue declarada y suspendida. Tal vez sea el plan de Puigdemont para evitar que la Constitución se desplome sobre sus cabezas. Y para impedir que un par de guardias civiles le vayan a detener a las puertas del parlamento. Pero no deja de ser una gilipollez. Una especie de juego de palabras con Madrid. Si no fuera porque están jugando con la vida de millones de personas, sería para descojonarse.

El presidente Puigdemont es un hombre mediocre atrapado por las circunstancias. El refugio de la sintaxis es bastante frágil para protegerse de la lluvia judicial. Si declaras una confusa independencia da igual que luego la suspendas o salgas al balcón de la Generalitat y te pongas a cantar una jota. Los huevos ya están rotos.

Lo que pasa es que el independentismo catalán ha visto un espacio de oportunidad en el diálogo. La causa de la ruptura se debilita con las grandes empresas que dan la espantada y abandonan Cataluña y con las manifestaciones multitudinarias en favor de la unidad de España. Así que vamos al diálogo. ¿Entre quienes? Entre Cataluña y España. Entre los golpistas pacíficos y el Gobierno violento. Más circo mediático que alimente el proceso.

Los secesionistas han secuestrado Cataluña. Sus instituciones democráticas están ocupadas por los revolucionarios. Y ahora se trata de negociar el rescate. España es una tierra de oportunidades. Un lugar donde la gente que desobedece la ley se va a la cárcel. O se la incluye en una comisión negociadora para hablar de la independencia con la independencia misma colgando de sus cabezas como una espada atada por un cabello de Puigdemont.