Primero en Zaragoza, después en Bilbao y, finalmente, en Madrid, los espectadores curiosos podrán seguir la aparición y ascensión de Francisco de Goya en la Corte de Madrid, a la que llegó en 1775, con menos de treinta años, para trabajar para la Real Fábrica de Tapices, fundada por Felipe V medio siglo antes.

El cometido central de esta factoría fue la provisión de los Reales Sitios y llegó a su máximo esplendor durante el reinado de Carlos III, cuyo reformismo alcanzó de pleno la cultura y las artes plásticas y suntuarias. En distintos periodos del siglo XVIII la dirigió el prestigioso Antonio Rafael Mengs, que, bajo las pautas del neoclásico, introdujo los paisajes y escenas de costumbres, cuyos exponentes más famosos salieron de los cartones del genio aragonés, que realizó estas tareas hasta que se lo permitió su sordera en 1792.

En 1786, poco antes de su muerte, el Mejor Alcalde de Madrid lo nombró pintor del rey, y trece años después, su hijo Carlos IV lo ascendió a primer pintor de cámara. El talento y la capacidad crítica, las dotes naturales y, por encima de estas virtudes, la investigación constante de todas las posibilidades técnicas hicieron que, superado un largo y duro meritoriaje, un burgués de origen modesto lograra un codiciado empleo cortesano y, también, una posición económica y un relieve social que le permitieron codearse con la nobleza ilustrada. De esa relación salieron retratos de singular ambición y calidad reconocidas por sus contemporáneos y, excepcionalmente, por sus colegas de oficio.

Además de la gloria y decadencia de los Borbones, la muestra plantea la entrañable amistad entre dos maños listos y ambiciosos -Goya y Martín Zapater, un comerciante de éxito- mostrada en dos espléndidos retratos de juventud y madurez y una apasionante correspondencia; y, por otra parte, una representativa selección de los pintores que convivieron y compitieron con el artista de Fuendetodos -Mariano Maella, José del Castillo, Luis Paret, Lorenzo Tiepolo y sus cuñados y, a veces, sus más ácidos enemigos, Francisco, Ramón y fray Manuel Bayeu- y que tuvieron oportunidad de conocer sus exigencias e inconformismo con los resultados, la humildad y gloriosa cotidianidad del genio.