Ya hace casi treinta años que nos dejó el insigne Tarradellas; ese sí que era honorable y tenía un sentido de la política y de la historia de la que, por desgracia, carece la actual cúpula política que anida en la mayoría de las instituciones catalanas, incluidos muchos ayuntamientos. Él fue el que aseveró que: "En política se puede hacer todo, menos el ridículo". Y si, desde allá donde esté, está presenciando los actuales acontecimientos que se vienen desarrollando en su Cataluña querida, qué duda cabe de que estará llorando de rabia contenida, tapándose seguramente la cara de vergüenza, por el daño tan gratuito e irreparable que unos "iluminados", que se creen salvadores de patrias oprimidas, juegan de forma irresponsable, criminal y suicida con la imagen de la paz, la libertad, la economía y el futuro de millones de ciudadanos catalanes.

Los políticos catalanes que hoy presiden la Generalidad, dirigidos por el inmolado Puigdemont, no sólo están haciendo el ridículo, que allá ellos, sino que en la gesta que se han impuesto de conducir a "su pueblo" -como si de atravesar el Mar Rojo se tratara, pensando que, tras ellos, cuando lleguen los abominables españoles en su persecución, el mar se cerrará y caerá sobre los odiosos opresores todo el mal y el peor de los infortunios, quedando al fin el pueblo catalán salvado y libre, al otro lado del valle- están consiguiendo que Cataluña sea el hazmerreír de la comunidad internacional.

En su huida hacia ninguna parte -la conocida como ruta del proceso independista catalán que se puso en marcha en el año 2012, aunque sus cimientes se colocaron muy convenientemente en las aulas de los colegios hará de esto casi treinta años- los dirigentes catalanes han ido cumpliendo, más o menos al pie de la letra, sus objetivos, que no eran, ni son otros, que el derecho a la autodeterminación y la posterior independencia de Cataluña. Que nadie, pues, se lleve a engaño. En la comunidad catalana, la ley española en general y la que les impedía su devenir identitario, idiomático, mediático, presupuestario y educacional, en particular, se lo han pasado siempre, y más ahora, por el arco del triunfo. Sin que nada ni nadie -incluidos los diferentes gobiernos que han pasado por la Moncloa- les haya advertido, limitado, recortado, denunciado y/o penalizado por ello.

Ahora es tarde para detenerlos en su caída voluntaria por el precipicio de la estupidez y la ignominia. Todos éramos conscientes de que los dirigentes catalanes llevaban a su pueblo directamente hacia el abismo; era su destino, suicida si se quiere, pero el destino elegido por un colectivo obediente y oportunamente abducido; Aunque esta vez, en ese borreguismo social, y cinco segundos antes de poner el pie en el despeñadero, casualmente ha comenzado a despertar del letargo y del silencio ideológico unitario un elemento clave: el mercado. Sí, el dinero; ese vil metal que tantas cosas corrompe pero que tan necesario es para el desarrollo vital de las personas y, por consiguiente, de las sociedades.

Miles de personas, pequeños ahorradores -supongo que muchos de ellos independentistas también-, comenzaron a sacar su dinero de las cuentas de sus bancos catalanes llevándoselo a otros que, aunque españoles, les garantizaban mejor su seguridad monetaria. A estos siguieron las empresas grandes, medianas y pequeñas, que, una vez percatados de que los populistas del espectro radical de izquierdas empujaban a todo trapo hacia el abismo a un Puigdemont -convertido en el "caganer" de su propio belén- que en el último momento se mostraba indeciso y dubitativo con una declaración de independencia en diferido, decidieron -a buenas horas mangas verdes- huir del barco que veían naufragar por momentos: en menos de una semana han salido de Cataluña 540 grandes empresas, más cientos de las medianas y pequeñas.

Ahora quieren más tiempo. Intermediación. Comprensión y diálogo; mucho diálogo. Sobre todo la izquierda rancia de este país, que no se sabe muy bien a lo que juega, ni en qué lado de la ley se encuentra. Para colmo, se disfrazan de blanco inmaculado -solo les faltó los polvos de talco, tal como los carnavales de los indianos de La Palma- para reclamar un diálogo entre los golpistas y el gobierno de la nación. ¿Se imaginan ustedes este mismo escenario con Tejero de protagonista? ¿A que no? ¿Cuánta ignominia y ridículo teatrero tendremos que soportar más? ¡País!

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