Dicen los secesionistas catalanes que la Justicia en España está al servicio del Gobierno de Rajoy. Considerando la cantidad de presidentes autonómicos y altos cargos del PP procesados o condenados o la causa abierta contra el partido por financiación ilegal, la afirmación es tan inconsistente que provoca sonrojo.

La decisión de la jueza Lamela, de la Audiencia Nacional, le ha venido muy mal al Gobierno central y muy bien a la causa de la independencia. No hay nada como alimentar la caldera de las emociones con la figura de dos mártires. El clima enrarecido que se había creado entre las instituciones catalanas y el Estado ha escalado nuevos niveles de tensión con el encarcelamiento de los dos presidentes de asociaciones por la independencia. Las CUP han puesto el pie en el acelerador para forzar la declaración de independencia y arrastrar a la ruptura total al bloque más conservador del PDeCAT, que, sin renunciar a la soberanía, intenta frenar la deriva alocada de un proceso que se les va de las manos.

Lo más llamativo de este panorama atribulado en que vivimos es la delicada situación en que se ha colocado Podemos. A nadie le sorprende que un dictador bananero como Maduro tenga la jeta de acusar a España de tener presos políticos. O que lo hagan los propios separatistas, que venden en vídeos propagandísticos la idea de que Cataluña es un país soberano sojuzgado y oprimido por el Estado español. Pero los pronunciamientos del aparato de Podemos están situando al joven partido de la nueva izquierda en una deriva cuyos costos electorales pueden ser incalculables.

Es verdad que sus aliados son los partidos independentistas, tanto en Cataluña como en Valencia, Galicia o País Vasco. Gracias a ellos y a Izquierda Unida, la coalición consiguió mantener su éxito electoral. Pero abonarse a la defensa de las tesis del derecho a la autodeterminación es un error colosal en quienes aspiran a gobernar un nuevo modelo de Estado. Hasta el propio nacionalismo vasco, en su análisis de la cuestión catalana, es consciente del grave error de oportunidad y de cálculo que han cometido los separatistas de Cataluña. Un error que va a cauterizar el independentismo, que causará un grave daño a la imagen del nacionalismo, que está provocando un desplazamiento del electorado español hacia el PP y Ciudadanos y que, probablemente, generará un intenso deseo de recentralización en una futura modificación de la Constitución y del modelo de Estado en nuestro país.

Si mañana se convocaran unas elecciones generales, el centroderecha aumentaría claramente sus apoyos. El PSOE recuperaría una parte del electorado que se había fugado a su izquierda. Y Podemos sufriría un importante quebranto electoral que le situaría, casi, en las cuotas de Izquierda Unida en su mejor época. Lo de Iglesias no se entiende. Quiere ser presidente de un país que contribuye a deshacer. Y por ganar Cataluña para sus aliados está perdiendo España para sus militantes. O sea, un pan como unas tortas.