Para las sociedades, la inmigración es una forma de progresar. Es un fenómeno saludable. Los canarios hemos sido emigrantes (me lo recordaba un lector) durante muchos periodos oscuros de nuestra historia. Los movimientos de población llevan fuerza de trabajo hacia mercados emergentes que los necesitan. Pasó con los isleños en Venezuela y con los españoles en Alemania. Pero puede ocurrir que la emigración se produzca concentrando muchas personas en poco tiempo o arribando a sociedades donde el mercado de trabajo está colapsado. Entonces ya no es tan saludable. El organismo no puede vivir sin comer. Lo necesita. Pero si alguien se traga veinte solomillos de golpe puede morirse.

No se debe confundir la xenofobia con el sentido común. Decir que en una balsa sólo caben diez náufragos y que con once ya se hunde no tiene nada que ver con la moral, sino con Newton. Canarias se enfrenta ahora mismo a un problema y parece que plantearlo es políticamente incorrecto. Tenemos más población de la que puede digerir nuestro mercado laboral. Pero, además, el interés del mercado ha atraído mano de obra foránea que ocupa una cuota importante de las contrataciones en los servicios. Fuerteventura tiene algo más de cien mil habitantes y La Palma ochenta y cinco mil, pero hay más palmeros que majoreros con derecho a voto. Saquen conclusiones.

Una de las causas de nuestros sueldos de mierda es que las empresas pueden permitirse el lujo de ofrecerlos. Hay gente de sobra y desesperada por trabajar. Y tiene muy poquito sentido que en una comunidad con un cuarto de millón de parados siga viniendo gente a sumarse a la oferta de mano de obra disponible. El PIB de Canarias crece por encima de la media nacional, pero la renta de los trabajadores canarios se hunde y se aleja de la del resto del Estado. Alguien se está robando nuestro queso. Y no son los que cobran cuatro duros.

Es mejor dar una caña y enseñar a pescar a un hambriento que regalarle un pescado. Pero lleva más tiempo y es más difícil. Durante la década de miseria que hemos pasado, nuestros gobernantes optaron por los peces. Ayudas sociales y empleos temporales con fondos públicos para auxiliar a las familias que se habían quedado en la cuneta. Pero lo que necesitan esas familias es un empleo digno y un salario decente. No es mucho pedir.

Para que las cosas cambien tiene que existir reparto de riqueza. Y eso sólo sucederá cuando el comerciante que necesita un dependiente no logre encontrar ninguno que acepte trabajar por menos de un salario razonable: porque entonces tendrá que subir lo que paga. Sucederá cuando las cadenas hoteleras ya no tengan mano de obra disponible en régimen de semiesclavitud: jóvenes inmigrantes dispuestos a sacar a sus familias adelante al precio que sea, con el horario que sea y en el trabajo que sea.

Quien se roba nuestro queso no es el emigrante que vino aquí a buscar sus garbanzos. Es un mercado que funciona con las leyes inexorables del sentido común. Si vamos a comprar a un supermercado y hay latas de sardinas de la misma marca con diferentes precios etiquetados, escogeremos la más barata. Es una obviedad. En el caso de los trabajadores en Canarias, somos un millón doscientos mil besugos a precio de saldo. Hay algunos con capacidades especiales -desde ingenieros a soldadores- que tienen trabajo asegurado y sueldos razonables. Pero otros muchos miles carecen de cualificación. Cuando los que pagan tienen que elegir, escogen siempre el pescado más barato. Es lo que haríamos todos en su caso y pensar otra cosa es de idiotas. El queso -la diferencia entre unos salarios decentes y lo que en realidad nos pagan- acaba en el bolsillo de las grandes cadenas hoteleras, de los comercios, de los restaurantes..., de los empresarios que pueden disponer de mano de obra barata. Nuestro queso se convierte en plusvalías.

Tenemos que ocuparnos de cuánta gente cabe en esta balsa. Es un tema de pura supervivencia. Porque lleva tiempo escorada, y si seguimos subiendo más náufragos, se hundirá. Las buenas palabras no sirven de flotadores. Los discursos de "vamos a apostar por el empleo", que tantas veces se han hecho, ya suenan repetidos. Y falsos. Nadie puede crear empleo de la nada. Nadie. Que no nos tomen más el pelo. El trabajo lo producen las empresas. Y ni las plantillas actuales van a crecer milagrosamente ni se van a crear tantos nuevos negocios como para absorber ese cuarto de millón de hombres y mujeres sin trabajo. Esto va para muy largo.

Por último, una reflexión. Se presenta como un drama en toda la prensa nacional el cambio de sede social de grandes empresas que abandonan Cataluña. Y en cierta forma lo es. Y fíjense ustedes que en el archipiélago canario, gracias a dios, ya tenemos el trabajo adelantado. Aquí no va a pasar lo de Cataluña, porque ya pasó. Muchas de nuestras más grandes empresas, en todos los sectores y especialmente en el turismo, tienen su sede fuera de Canarias. Ha sido así toda la vida. Esa es la otra parte del queso que ni siquiera olemos. Si un día la balsa se hunde, ellos no se ahogarán con nosotros.