Mañana se cumplen cuarenta y seis años del Teneguía, y para algunos palmeros la efeméride llega condicionada por los centenares de movimientos de baja intensidad percibidos en la esquina sur en este mismo octubre y que, con acertada metáfora, la geología califica como enjambres sísmicos. En 1971, los fuencalenteros y, después, los vecinos de toda la isla vivieron las convulsas y sonoras vísperas que acabaron en el último volcán histórico. Y, acaso por esos antecedentes, fueron inevitables los rumores y conjeturas de calle que, según el talante de los recaderos, pueden extenderse en el tiempo.

Contra las carencias de entonces, el Instituto Geográfico Nacional añadió tres estaciones portátiles a la red existente y el Comité Científico de Evaluación y Seguimiento de Fenómenos Volcánicos informó con puntualidad y rigor. Pero no faltaron los manejos de la prensa amarilla europea que avanzaron, otra vez más, la posibilidad de una nueva erupción en Cumbre Vieja; esta causaría un desprendimiento de tierra que, a su vez, provocaría un devastador "tsunami" contra la franja comprendida entre la costa brasileña y la bahía de Nueva York, con olas de más de cuarenta metros y una velocidad de desplazamiento de ochocientos kilómetros por hora.

El redivivo rumor es un tributo lamentable que pagamos los palmeros desde que dos geólogos británicos, casi sin nombre ni apellido e incluidos en un estudio científico pagado con fondos públicos, formularon esta hipótesis o mala profecía, que tiene la misma virtualidad que las admoniciones del bardo que escribió las endechas de Guillén Peraza, pero que les ha sido extraordinariamente rentable.

En las últimas fechas recorrí las laderas y campos lávicos de la mal llamada Cumbre Vieja y evoqué un suceso, seguido desde la hora cero con el fotógrafo Diego Robles, que permitió a "La Tarde" bautizar, antes que ninguna otra persona, institución o medio, al volcán Teneguía. Entre el 26 de octubre y el 18 de noviembre, y desde los cuatrocientos treinta y nueve metros de altura, su cráter emitió cuarenta millones de metros cúbicos de lava y cubrió una superficie superior a los dos millones de metros cuadrados, de los cuales trescientos mil se ganaron al mar. En el reciente paseo, sobre el impresionante manto negro descubrí esperanzadores brotes verdes, por la regla de la eterna fertilidad.