El otro día se nos estropeó la tele en casa y no tuve más remedio que hablar con mi mujer, le contó un amigo a otro. "¿Y qué tal?" Le preguntó. Muy bien, es una mujer muy simpática.

La televisión es el electrodoméstico que reina desde hace más de medio siglo en las familias de este país. Las teles de antes servían básicamente para poner encima un torero y una bailaora flamenca sobre una horrorosa roseta de ganchillo y para ver en la pantalla las películas de Marisol y los partidos del Real Madrid. Todo en blanco y negro. Pero los tiempos han cambiado. Encima de los televisores de plasma ya casi no cabe ni un palillo de dientes, la calidad de la imagen nos hace pensar que estamos delante de una ventana, la realidad aumentada -tres dimensiones- pronto será lo usual y existen tantos canales que elegir entre los diferentes tipos de basura que te ofrecen es casi un trabajo de expertos.

Hace veinte años los canarios empezaron a disfrutar de la tele autonómica. Fue un parto difícil porque el PP, que gobernaba en Madrid, intentó producir un aborto de la criatura en contra de sus principios religiosos. Pero al final la televisión autonómica nació entre dificultades y putadas finas. Uno de los objetivos de su puesta en marcha era conseguir informar a todos los canarios de lo que pasa en toda Canarias. Ya estaba bien de que nos odiáramos entre las dos capitales canarias y se trataba de que nos conociéramos todos un poco mejor para que las manías, las rencillas y las envidias tuvieran mucho más fundamento.

Cuando la tele canaria se puso en marcha no tenía ni un duro. Hubo que inventar un modelo en el que se privatizó la ejecución de la programación de informativos y de entretenimiento para abaratar los costos iniciales y la inversión en equipos, que en televisión se ponen obsoletos en un "pis pas". La cosa salió bien. Pero se fue torciendo con el tiempo.

Hay gente que se rasga las vestiduras, se araña la cara y solloza con desesperación por que una pequeña parte de servicios públicos como la Sanidad y la Educación se concierte con centros privados. A esa misma gente no se le mueve ni una pestaña por que el servicio más público de la televisión, que son los informativos, lleve haciéndose dos décadas con empresas privadas. La tele debería tener ya platós, equipamiento y personal propio y no seguir en pelota picada, como el primer día.

Lo malo de ordeñar es no saber parar. La tele se ha convertido en la vaca lechera de grandes grupos de medios y cada ocho años arde Troya a cuenta del concurso de informativos. Ahora toca otra vez. Y como a perro flaco todo son pulgas, los cuchillos están volando en todas direcciones.

El Parlamento de Canarias le quitó la tele al Gobierno para garantizar su neutralidad. Y lo va a conseguir. Porque no hay nada más neutro que la muerte.