Me preguntaba alguien con sentido de la curiosidad por las diferencias sociales existentes en la Isla, y por ende en todo el Archipiélago. Esto me obligó, en cierto modo, a bucear en mi memoria personal y en el rastro dejado por los libros, más los avatares que han conducido a esta diferenciación social claramente manifiesta.

Podría comenzar por el fenómeno habitual de todo ganador de una contienda, que ejerce las leyes a su conveniencia. De ahí que concluida la ominosa conquista de la mayor de las Canarias, incluso con el auxilio de aborígenes canariones, la siguiente disposición fue la del repartimiento de tierras por Alonso de Lugo, autorizado por Real Carta de los Reyes Católicos el 5 de nov. de 1496. Posesiones que antes lo fueron de los guanches vencidos. Así que podríamos decir que este fue el comienzo de las diferencias sociales, ya que el vencedor se repartió y resarció deudas con los mejores terrenos (datas, según Serra Rafols) y zonas más fértiles, ricas en agua y pastos; dejando al resto de los vencidos los desechados eriales y las cumbres volcánicas improductivas. Ni que decir tiene que aquí se originó la primera escisión entre ricos y pobres. Mientras que los primeros escalaban puestos de relevancia pública, los segundos se convertían en míseros aparceros analfabetos, malviviendo en lo que antes fueron sus propias tierras. Sin olvidarnos de los menos afortunados, que fueron moneda de cambio como esclavos en los mercados peninsulares, o al servicio vitalicio de sus amos, los antiguos soldados de fortuna, reconvertidos ahora en terratenientes. Por citar un ejemplo de pago por los servicios prestados durante la Conquista, tenemos la referencia del último rey de Gáldar, Fernando de Guanarteme, al que le tocó Guayedra por servir a la traición de sus congéneres guanches.

Transcurrirían los siglos y el citado abismo social se fue consolidando con el enriquecimiento personal, merced a las leyes dictadas a favor de una oligarquía que empezaba a dar muestras de alejamiento social del resto de la precaria ciudadanía, destinada sólo al servicio de sus caprichos. De esta forma surgieron las diferentes etapas de apogeo comercial, con la exportación de sus productos agrícolas, para luego caer en el paréntesis de dos guerras mundiales y una civil, sufriendo las consecuencias de su aislamiento geográfico insular. A todas estas, la citada clase se fue encumbrando con el auxilio de los comerciantes foráneos europeos, que arribaron y terminaron formando familia con la citada aristocracia agrícola insular. Más recientemente, el monopolio exportador cayó en picado con la entrada en la Unión Europea y el sometimiento a sus normas. ¿Qué hicieron, entonces, los ociosos terratenientes, que sólo se limitaban a heredar los bienes que en su día fueron datas arrebatadas a los indígenas? Pues sencillamente conservar las propiedades, ahora balutas, y esperar a que las influencias de los poderes públicos cambiaran la calificación de sus terrenos rústicos por urbanos, multiplicando por muchos enteros el valor del metro cuadrado que antes casi regalaban por nada. Agotados por el esfuerzo, los nada laboriosos descendientes de los usurpadores de antaño, se encontraron de improviso con el manjar de sustanciosos emolumentos por la venta de sus terrenos; con lo que volvieron a colmar su casi exhausta liquidez y aspirar a puestos relevantes en la política, merced a inesperada lluvia de maná. Lo inmediato hasta la actualidad resultaría muy prolijo de detallar, utilizando sólo la lógica del devenir de los años. Por este motivo, pese al paréntesis de la desesperada emigración a Venezuela, huyendo de la pobreza o de las represalias políticas, generadora de un nuevo prototipo de indiano bruto con la plata ganada para ejercer su revancha contra sus anteriores amos, seguimos encontrándonos de nuevo con ese 46% de ciudadanía, que mira con ojos desorbitados los días del mes que le restan para cobrar el siguiente salario de mierda, o la escasa ayuda social otorgada por un sistema económico imperfecto que ha sido capaz de sobrevivir por la descarada tolerancia de más de cinco siglos de historia, y que sigue enriqueciéndose en un mundo paralelo, ajeno al contacto con esa mayoría silenciosa que sobrevive como puede al otro lado del abismo que los separa. Pese a mis errores, he respondido lo mejor que he podido a mi interlocutor. Prefiero hablar de lo nuestro que padecer arcadas con los temas: Cataluña, el flequillo rebelde de Puigdemont y la panza acomodaticia de Oriol Junqueras.