La pobreza aterrizó ayer en el Parlamento de Canarias. O sea, un oxímoron. Pero no está mal que sus señorías se ocupen de los más desfavorecidos entre dieta y dieta, además de luchar contra el paro creando diez nuevos escaños para sus enjuagues proporcionales.

Esta comunidad tiene una economía que funciona a tope. Lo hizo hasta en lo más crudo del crudo invierno de la crisis, donde seguimos trayendo turistas a espuertas. Pero desde el año 2000 al 2013 los canarios perdimos más de 3.000 euros de renta per cápita en comparación con la media española. Según los que saben, se debe fundamentalmente a tres factores: a que nuestros sueldos son una mierda, a que la población se ha incrementado más que la media española y a que durante esos años el Estado gastó menos en las Islas que en la media de territorios de España una, grande y libre.

El periodismo, que es un vasto océano de conocimiento con un milímetro de profundidad, ha reflejado en incontables ocasiones las vías de agua de nuestro chiringuito: un cuarto de millón de parados, un sector público gigantesco, pensiones no contributivas que apenas llegan a los cuatrocientos euros y salarios insuficientes para la vida. Todo eso nos convierte en un caballo ganador en el derbi de la pobreza.

Para salir de pobres es necesario que la riqueza que se genera aquí se reparta mejor. Eso no consiste en matar a los ricos y repartirnos la pasta, que es lo que alguno quisiera. Consiste en ser todos un poco más prósperos. Tenemos trabajadores pobres y un costo de la vida caro. En el año 2000 el PIB per cápita de los canarios era de setecientos euros menos que el de la media de los españoles. El año pasado ya estábamos a 4.300 euros de distancia. Y suma y sigue. No es porque el PIB de Canarias haya caído. Es que se reparte entre más gente. Concretamente entre dos millones cien mil personas, de las que trabajan menos de ochocientas mil. Y muchas de ellas por menos de mil euros mensuales. Y mientras doscientas cincuenta mil personas esperan por un sueldo de cáscaras y lapas, ciento veinte mil extranjeros están colocados en nuestro mercado laboral de descualificados.

Aquí, en el turismo, hay gente que pone el trasmallo y se lleva el pescado. Algunos, más caritativos, lo limpian y nos dejan las tripas. En una economía globalizada no se le pueden poner puertas al campo. Pero tampoco hay que ser idiotas. Después de tantísimas décadas de negocio deberíamos haber aprendido a exprimir mejor -para nosotros- nuestro mejor recurso.

Menos mal que el Parlamento pegó ayer a hablar del tema. Se notaba en la calle que la pobreza estaba acojonada. Pero al final del intenso debate uno se quedó con la sensación de que no servirá para nada. Pero eso tampoco es una novedad cuando los partidos políticos de canarias se pavonean frente a las cámaras de televisión. Importa más el pico que el millo. Si salimos de pobres no será por tanta pluma.