El pasado sábado, imbuido por un sentimiento tolerante, decidí aceptar la propuesta del camarero que me sirvió en un restaurante orientado a las estrellas, en Boca Tauce. O quesillo o crema catalana, "that''s the question". Después de una rápida reflexión opté por el postre catalán, que me sirvieron sin quemar el azúcar de su superficie. "Espere, me dijo el mesero, que tengo que aplicarle a la crema el 155", y en un santiamén se ausentó para buscar el utensilio indicado, ahora rebautizado por mor de la novedad. El caso es que, después de un tiempo de indecisión, retornó con la plancha al rojo vivo y, dibujando un rictus a lo Rajoy, la aplicó sin compasión sobre la superficie, pese a los gritos de dolor de los espectros de Carlas y Oriol, que se agitaban convulsivamente en medio del pantano de los huevos, aromatizados en honor a la popular receta de origen árabe. Sí, he dicho bien, de origen árabe.

Bueno, pues ya está. Al final el dubitativo registrador celta optó por la decisión del Senado de votar a favor de la aplicación de la ley constitucional con todas sus consecuencias. Y para ello ha nombrado a la nieta del general Sáenz de Santamaría, que además de ser abogada del Estado muchas veces se comporta como el brazo derecho (o los dos) del rocoso registrador de Santa Pola, para hacerse cargo del timón catalán y promover elecciones el próximo 21 de diciembre. Fecha, no lo olvidemos, coincidente con el gordo de Navidad y la cara de satisfacción del ministro Montoro, que se embolsará el 20% del premio en concepto de impuesto estatal; obviando el carácter benéfico de su origen en las Cortes de Cádiz, cuando el ministro de la Cámara de Indias pensó en ella como "un medio para aumentar los ingresos del erario público sin quebranto de los contribuyentes". Un hábito que, por cierto, dio bastante resultado para salir de la crisis económica europea, en la cual, pese a los cantos triunfalistas, su realidad es que fue costeada por la sufrida clase media a través de la presión fiscal. Un superávit que ahora se quiere vender, por el Gobierno y todos los partidos, como una rebaja de la futura tributación fiscal para los próximos comicios. Lo cual nos conduce a la aplicación del viejo y eterno dicho de lo fácil que supone "disparar con pólvora del Rey". Roñoso mérito el de estos pésimos administradores del erario público.

Pero volviendo al meridiano ejemplo de digerir con tranquilidad la crema en cuestión, volvemos a la respuesta de la mayoría catalana que aboga por la continuidad consolidada de un Estado único en paz y armonía; y aunque no quieran admitirlo los independentistas, incluidos los silentes Puigdemont y Junqueras, la aplicación del 155 ha dado apertura inmediata a la campaña previa para las elecciones del 21 de diciembre próximo. La hora del regreso a la unidad ya está decidida, sólo a falta del olvido consensuado de estos impresentables que han confundido y dividido a un pueblo trabajador y diligente, que es apéndice indiscutible de la unidad de España, con todas sus singularidades.

Pese a lo que ya se evidencia en los discursos, sería bueno que por una vez la ambición de los partidos dejara a un lado sus intereses y se plegara en sus campañas a reclamar la convivencia entre todos los españoles, so pena de convertirnos en reino de taifas para ser hazmerreír de los vecinos europeos, o para tener como modelo en el belén de este año al "caganet" Carlos Puigdemont, por su actitud ambigua y cobarde manipulando a sus seguidores y guardando la ropa para quien se avenga a acogerlo, junto con su esposa rumana, Marcela Topor, disfrazado para la ocasión de asilado político e imagino que jugando otra vez al truco o al trato.

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