Los marines norteamericanos no se retiran nunca dejando un compañero atrás. Lo dicen en las películas. Pero cuando uno sale por patas, impulsado por el miedo, suele olvidarse de cualquier cosa en el campo de batalla. Los partidos políticos, por ejemplo, han adoptado la técnica de tirar peso por la borda para que el lastre no les lleve el globo al suelo.

En cuanto un político cae en desgracia jurídica o social, el resto de sus compañeros opta por abandonar el futuro cadáver en el campo de batalla, para que no les contamine la imagen ninguna sombra electoral. En Coalición Canaria a los heridos judiciales de Las Teresitas los dejaron en la cuneta tan deprisa que aún estaban vivos y ya los estaban enterrando. A Soria, en el PP, lo olvidaron tan rápido cuando el patinazo de Panamá que para que alguien le recordase en el partido había que enseñar una foto. Es el instinto de supervivencia política que mueve las piernas antes que el corazón. Esas son las reglas de esa pecera llena de pirañas que es la política, así que a nadie debería cogerle por sorpresa.

Una variación de estas costumbres de supervivencia es el "friendly fire". El fuego amigo que se puso tan de moda mediática en la guerra de Irak, aunque es tristemente famoso desde la Primera Guerra Mundial. Los casos de víctimas por fuego amigo suelen pasar desapercibidos, porque los ejércitos camuflan sus meteduras de pata mucho mejor que los políticos. En la Segunda Guerra Mundial uno de los mayores desastres en la materia fue en la conquista de Sicilia cuando un contingente de paracaidistas aliados fue diezmado por el fuego antiaéreo de la propia flota aliada, que desconocía la operación. En 1991, en la guerra del Golfo, llegó a los titulares cómo un avión estadounidense confundió una columna de camiones de transporte de tropas británicas con fuerzas iraquíes y mataron a nueve soldados.

En el PSOE de Tenerife, el fuego amigo se ha convertido en una costumbre de la casa. Le han cogido tanto el tranquillo a lo de llevar la gente a los juzgados, que se ha convertido en una práctica habitual que se hacen a sí mismos. Con el epicentro en La Laguna, la turbulenta historia de las divisiones intestinas del PSOE ha dado un nuevo espectáculo de fuego amigo -un fuego sucio- con la reactivación de una vieja acusación contra el alcalde de Guía, Pedro Martín, aspirante a la secretaría general del partido, a la que ha seguido una denuncia contra Pedro Ramos, "factotum" de los socialistas laguneros, situado en el otro lado de la sima que escinde al partido en Tenerife, al que acusan de enchufar recomendados en el Hospital Universitario.

Lo de menos es el fondo de estos asuntos entre Pedros, que acaban en las saturadas manos de la Justicia. Lo llamativo es la situación del PSOE tinerfeño, un partido en el que parecen odiarse más a sí mismos que a sus adversarios.