Junto a la seguridad de la fábrica, la feliz restauración del arquitecto Márquez Zárate trajo la luz a la única catedral de hormigón de España y revalorizó sus contenidos. El primer día de noviembre -y en huida del ruidoso e imparable Halloween- recorrí con calma la seo de los Remedios y me reencontré con una cumbre del barroco isleño. Reviví la emoción juvenil de la televisión única y en blanco y negro y del pateo de las islas en busca de asuntos, hábitos y virtudes propios del paisaje y el paisanaje, y de otros que, comunes en todas partes, acaso por la distancia, sólo pervivían en este universo pequeño.

Conocí y conté la existencia y el papel de las Cofradías de Ánimas en el periodo más apasionante de la historia insular; las fraternidades que, inspiradas y reguladas por los credos, miedos y rigores del Concilio de Trento, preparaban a los fieles para la buena muerte, con la dura catequesis de un Dios de justicia -por encima de su infinita bondad y misericordia-, un Purgatorio obligado -salvo para mínimas y santas excepciones- y un Infierno lo bastante amplio para encerrar a todos sus merecedores.

Retratamos y contamos la nutrida y variada presencia de los Cuadros de Ánimas en los templos tinerfeños; entre ellas, la de un eximio nombre propio del arte canario -Cristóbal Hernández de Quintana, feliz autor de la magnífica de La Laguna- y de pintores anónimos que, con desigual fortuna, cumplieron con los encargos de todos los pueblos.

El argumento se respetó en sus grandes líneas y en los tres niveles de la composición: la Santísima Trinidad, en el plano superior, acompañada a veces de santos innominados y ángeles; la Virgen del Carmen -intercesora de las almas en purificación y valedora de todos los difuntos, según bula de Juan XXII en 1322- y, muchas veces, el arcángel Miguel, escoltados por fundadores de órdenes monásticas y devociones locales, ocuparon el centro de la composición como puente entre la gloria consagrada y el plano inferior donde, desnudos o con atributos de sus efímeros poderes en la vida terrena, los espíritus en purga, clamaban envueltos en llamas.

Los recuerdos se vieron inevitablemente ilustrados con la tonada monótona y los octosílabos y dodecasílabos de los ranchos de pascua de Gran Canaria y con una larga relación de usos y tradiciones de finados que decaen ante la potencia y consumo de las importaciones de costumbres ajenas. De vuelva y a la hora de entrar en casa, dos encantadores vecinitos, disfrazados de diablejos me asaltaron. "¿Treat or trick?" dijeron; ¿cómo? pregunté; trato o truco, tradujeron con voz más alta. Les dí un euro y las buenas tardes.