Sin embargo, sí que accedemos al universo de las ideas, donde se reafirma la filosofía con el concurso de las palabras, a las que no podemos dejarlas en el olvido. Un mundo sin palabras donde abundan los jeroglíficos y los signos es un espacio rudimentario donde solo cabe lo instintivo y lo primitivo.

Los filósofos se interesan por la palabra, aunque pretendan muchas veces ir más allá de su alcance, pero no lo hacen de la misma manera que lo puedan hacer los poetas o los novelistas. La filosofía no pretende construir frases elegantes, sino frases que expresen ideas con exactitud; no caben ni los circunloquios ni las fabulaciones, lo que produce cierta perplejidad al lenguaje, donde la elaboración filosófica muchas de las veces es críptica.

Cuando esto acontece se debe a que ciertas corrientes filosóficas avanzadas intentan explicar lo que ya está explicado de forma fácil, haciéndolo de manera recargada, más allá de la hermenéutica, con palabras que entorpecen el significado de las mismas.

Las palabras en su afán de sobrevivir están perdiendo la batalla, lo mismo que la filosofía. Las palabras están siendo engullidas por la tecnología ramplona con lo cual el lenguaje se hace silente, donde más que su eco lo que retumba es el gesto, lo que imposibilita reconocernos, pues la mayoría están cortados por la misma tijera, donde nuestra sombra va más deprisa que la realidad de un argumento que no es sostenido por palabras adecuadas.

Las palabras se adelgazan, pierden vitalidad y es mas la mímica, el gesto universalizado lo que prevalece en un mundo que paradójicamente se denomina de máxima comunicación, sostenido por redes y más redes que son atrapadoras de una mudez preocupante.

La filosofía en esta debacle se está abriendo paso como buenamente puede, aun sabiendo que su presencia no es aceptada y que para generaciones y generaciones es la gran ausente. Llegando a decirse que su jerga es ininteligible, que es una disciplina inservible y lo que debe prevalecer es el pragmatismo galopante, ya que lo demás son zarandajas y pérdida de tiempo, dado que el mundo camina por la senda de la tecnología y de la ciencia. La reflexión solo sirve de pasatiempo para unos pocos desarraigados a los que nadie hace caso.

Aun siendo tarea difícil, sí que sería esperanzador, sobre todo para una sociedad decadente como la nuestra en la que la palabra se desentumeciera y fuera tras la construcción de conceptos. Así de esa forma la filosofía abriría sus puertas y entre esta y la palabra se procurase apuntalar al espécimen humano difuminado y abstraído de sí mismo.

En un escenario sórdido pleno de gestos con la ausencia de la palabra, y aun de la filosofía, solo nos espera una sociedad que se mueve entre estridencias enloquecedoras o silencios preocupantes.