En épocas distintas de la historia de los últimos cincuenta años, el Hay Festival es, con la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, fundamental para entender la pervivencia del espíritu de lo que se llamó boom de la literatura hispanoamericana.

Esa época crucial de nuestro devenir literario nació por una serie de circunstancias casuales. Gracias a libros y a autores muy concretos, al entusiasmo con que fueron recibidos en América y en España esos escritores. No se debió a un empuje comercial determinado, aunque haya quienes atribuyen a la capacidad aglutinadora de Carmen Balcells la fortaleza comunicadora que tuvo el fenómeno.

Lo que han hecho la Feria de Guadalajara, que este año se dedica a Madrid como generador editorial y poético, y el Hay Festival es atender no sólo a aquellos autores, de los que queda vivo tan solo Mario Vargas Llosa, sino tratar de prolongar el interés sobre los que han venido luego. De la gente hacia ellos y del interés que se muestren entre ellos.

Se han dado y se dan cita en estos encuentros escritores de las más variadas generaciones, hasta hace algún tiempo los sobrevivientes del boom, como el citado Vargas Llosa, Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Cabrera Infante o Carlos Fuentes?, y los que han venido luego, en España y en América. Entre aquellos fenómenos del boom no participaron, en un principio, Jorge Edwards y Alfredo Bryce Echenique, que siguen felizmente vivos, pero por generación y por obra tendrían que haber estado, igual que lo mereció, por la originalidad rompedora de su trabajo, el ya citado, pero entonces no convocado, Guillermo Cabrera Infante.

Razones de sobra debatidas, entre las cuales están el malestar literario, las diferencias políticas y la maldad humana, abundante en el sector, entre nosotros y fuera, hicieron que unos quedaran dentro del corchete del boom y otros fueran rasgados impunemente de esa hermosa historia general del nacimiento de uno de los periodos más intensos e iluminadores de la cultura de la lengua española.

Ahora me han invitado al Hay en Arequipa, la tierra natal de Vargas Llosa, y no ha quedado más remedio que situar la memoria en el momento que lo conocí, en Tenerife, a finales de 1974. Venía en barco, con su esposa, Patricia, con sus dos hijos varones, Álvaro y Gonzalo, y con Morgana, su hija recién nacida. Regresaban a Perú, tras una época muy fructífera en Europa, y especialmente en Barcelona. Bajaron del barco a saludar a quienes eran sus amigos canarios, el escritor JJ Armas Marcelo y la fotógrafa Sabela Torres. Armas Marcelo nos convocó luego a la casa del excelente pintor, y arquitecto tan singular, Emilio Machado.

Luego el tiempo nos juntó con Mario en diversas etapas de su vida; mi propia vida profesional ha estado marcada, entre otras personas a las que el oficio me ha permitido conocer y tratar, por el propio trabajo de Vargas Llosa. Le entrevisté al volver de su primer fracaso más grave, cuando perdió las elecciones peruanas a las que se presentó con el riesgo de poner fin a su vida como escritor. Y le entrevisté luego en público y para periódicos, en Tenerife, en Barcelona, en Madrid, en muchísimos lugares, y también en Nueva York y en Estocolmo, en ambos casos cuando ganó y luego cuando recibió el premio más importante de su vida, el Nobel de Literatura.

El último lunes estuve con él en la celebración de los cincuenta años de La casa verde. Fue en la Casa de América, tan lejos de la hermosa casa de Emilio Machado, y resultó inevitable recordar hacia adentro, es decir, en mi intimidad, aquellas horas de Tenerife. Y ahora aquí, en Arequipa, vuelven esas imágenes que inspiraron sus primeros libros, sus primeras experiencias, y sobre todo sobreviene en la memoria (y en la maleta que me acompaña) El pez en el agua, un libro escasamente leído para sus merecimientos y quizá la más emocionante confesión de principios literarios que he leído en mi vida.

Ahí, en El pez en el agua, está el Mario Vargas Llosa de Arequipa, el muchacho que perdió el paraíso cuando reencontró al padre. Esa historia humana es, quizá, el origen de la literatura del autor de Los cachorros. Leer El pez en el agua debería ser una obligación intelectual de todos aquellos que desdeñan, con tópicos, la figura y la obra de este capitán del boom cuya figura humana y literaria comenzó a hacerse en esta bellísima sierra tranquila del Perú.

Creo que de aquella conversación en casa de Emilio Machado no escribí mucho entonces. Escribí mucho de otro encuentro de aquel tiempo, con Miguel Ángel Asturias, que ya era Nobel cuando lo abracé en Neuchatel, Suiza, y le dije que él tenía que conocer Tenerife. Aquí vino, se encontró con sus amigos, que había hecho en Roma años atrás, y aquí estuvo semanas y semanas, hasta que sus anfitriones empezaron a sentir que no sólo iba a ser el más ilustre de sus visitantes sino, quizá, el más pesado.

Pero esa es otra historia, que no se ha contado tampoco, pero que alguna vez aparecerá entre los espacios tan llenos de la hemeroteca de aquellos años de EL DÍA.

Después de esos encuentros, en Tenerife, mi trabajo de toda la vida, como editor y periodista, ha girado en torno a esas literaturas; y ahora, tantos años después, regresa el fulgor de aquel tiempo que se llamó boom. Me preguntó aquí un joven periodista si ahora se dan las circunstancias para que haya otro resplandor así. Le dije que no, no se dan esas circunstancias. Los escritores se juntan porque hay festivales, saraos, y premios, pero muy pocos son los que, como aquellos, se alegran del éxito de los demás y además los propagan, como hicieron Vargas Llosa, García Márquez, Carlos Fuentes o Julio Cortázar. Y aquella fue la verdadera savia del éxito del boom. Ahora miramos a ver si se ha bajado del ranking nuestro mayor enemigo, con el que tomamos vinos en los descansos de los coloquios y de cuyas desgracias hacemos mofa y befa ahora hasta en las malditas, o benditas, vete a saber, redes sociales.