Uno canta lo que quiere y, además, baila a su modo. Esta es la sabia afirmación de una tonada que pregona la anchura de la libertad, valor supremo que consagran y sostienen la democracia y sus leyes. La tarareo en una tarde en la que, como recapitulación cansina, en un canal de TV reproducen las soflamas de Puigdemont en Bruselas contra la dictadura del estado del que este egregio paladín emancipó a Cataluña, en una costosa coña que, como siempre, pagaremos todos; otro, con pulsión de progresía, junta tertulianos que denuncian falsas víctimas -la fresca que contó cómo los malos policías le rompieron cinco dedos uno a uno- y, de paso, vuelven a los excesos policiales en el referéndum en el que cada quisque votó cuantas veces quiso en las urnas chinas; en un tercero, dan un sermón de mosén Junqueras (la mentira no es pecado y repetida es virtud) en doscientos ochenta caracteres y una homilía mayor difundida por medios afines y, como apostilla, a un analista templado que reclama política con sus ocho letras.

Zapeo y la primera cadena se solaza con la extravagante y emotiva manifestación de doscientos alcaldes, vara en ristre, que cantan en la calle y, luego, en un local alquilado para un "show" que nadie compra y queda para autoconsumo; el entusiasta orfeón deja como estrella central al "molt" honorable que sucedió, nada más y nada menos, que a Pujol y Mas, esencia, estilo y "tres per cent" de la pequeña "nació del nord"; la segunda está con independentistas serios que lloran -tal como lo digo- por el sueño de la república fantasma y critican a Felipe V y a todos los demás, incluidas las madres que los parieron; eso sí, con educación y sentimiento.

Cambio de rumbo y de mando y, en un número al azar, me cuentan las intimidades de una famosa pareja, cogida como tantos otros, en un fraude fiscal en tierras lejanas; pero, claro, las cuentas secretas en el extranjero no constituyen ningún delito y sólo se les puede aplicar la reprobación moral. Salto a un canal deportivo y un tal Larrea -tesorero de una federación saqueada que no sólo sale de rositas, sino que incluso la preside- defiende las feas camisetas que vestirán los jugadores españoles en el Mundial de Moscú. Me acuerdo del inefable Villar, que, suspendido por la justicia y reprobado por la gente decente, se resiste a dimitir, mientras sus legionarios -directivos y árbitros- mantienen el "statu quo" y la afrenta nacional. Mala tarde, me digo, y apago el receptor.