Tu mente contestará a la mayoría de las res-puestas si aprendes a relajarte y esperar por la respuesta.

William S. Burroughs

La paciencia es, en sí, un auténtico reto. Nuestra impaciencia, sin embargo, es todo lo contrario. Sea para tomarnos tiempo y cocinar esa comida sana y dedicarnos a la comida rápida, o saltarnos varios capítulos para leer el fin de la novela que tenemos entre manos. Algo que tampoco parece extraño que esto sea así, en un mundo en que la inmediatez parece haberse convertido en un valor imprescindible para cualquiera que se precie.

Pero ¿qué se esconde tras esta epidemia de impaciencia? Podríamos pensar que, en muchos casos, es el egoísmo que no entiende, por ejemplo, que tengamos que esperar durante -lo que nosotros creemos- dos largos minutos en un semáforo, mientras pasan otros coches o cruzan peatones.

Pero, además, la impaciencia es el número uno de las excusas para no practicar aquello que nos gustaría, sea deporte, meditación o estudios. No tenemos tiempo para ello. La vida es demasiado complicada para que podamos dedicarle tiempo a estas cosas que nos encantaría, de corazón, hacer.

Aparte del obvio autoengaño que esta forma de pensar supone, añade a nuestras vidas una profunda y permanente insatisfacción. Expresiones como "si yo tuviese tiempo", "si fuera capaz de organizarme" o "ya quisiera yo" son las más comunes del modo de pensar parasitado por la impaciencia. Por la incapacidad de esperar. Nos estamos labrando un claro camino hacia un trastorno de ansiedad. Ese en el que no estamos nunca haciendo lo que nos gustaría realmente hacer.

Pero ¿cómo podemos cambiar esta forma de pensar? ¿Cómo podemos cultivar la paciencia? La primera respuesta es que, en un universo en el que todas las personas dependemos de todas, sin contar con la naturaleza, los imprevistos o cualquier otra circunstancia que se sale de lo que nos gustaría que fuese, el margen para la impaciencia es cada vez menor.

En segundo lugar, está la consciencia del momento. Ese difícil punto en el que conseguimos disfrutar realmente de lo que estamos haciendo, en lugar de estar mirando a lo que va a acontecer a continuación.

Unidas, estas dos premisas nos enseñan algo muy valioso. En la mayoría de las ocasiones, las cosas no van a pasar ni como queremos ni cuando lo deseamos. Y que esto ocurra es en muchos casos una verdadera fuente de aprendizaje y, si sabemos esperar, de enorme satisfacción.

Porque, y aunque resulte paradójico, es la impaciencia la que más añade sensación de descontrol en nuestras vidas. No es que no puedan ocurrir las cosas como queremos, sino que aprendamos a darle el tiempo para que esto sea así.

El control asociado a la impaciencia es una forma de pensar ansiosa, obsesiva, que no entiende de matices y no aprecia los procesos y las muchas enseñanzas que encontraremos en la promoción de la paciencia.

Sea que estás intentando perder peso, hacer ejercicio, aprender una nueva habilidad o acostumbrarte a un nuevo trabajo, mantén la palabra paciencia en tu mente.

Esta habilidad debemos aplicarla, en primer lugar, a nosotros mismos. Como un enorme acto de amor propio. De apreciación del esfuerzo y la perseverancia para la consecución de un determinado objetivo.

Así es, desde esa comprensión y compasión hacia nuestros propios tiempos, cómo aprenderemos a entender y a respetar, que los demás -y el mundo- también tienen los suyos. Y que añadirles nuestra prisa o impaciencia no va a conseguir que cambie. Lo que es peor: lo que lograremos es todo lo contrario.

@LeocadioMartin