Cuando alguien está embobado se suele decir que está en el limbo. Porque el limbo es un estado en el que se está como perdido, pero estando. O sea, que uno esta ahí pero no está. En la religión católica era una situación intermedia entre el cielo y el infierno. El lugar donde van aquellos que no han pecado, pero que tampoco tienen la salvación. O sea, mayormente los niños sin bautizar.

El asunto era tan bochornoso -eso de tener a los niños ahí colgados por toda la eternidad- que el Vaticano decidió, hace diez años, que realmente el limbo no existía. Y de igual forma que se lo inventaron lo borraron de la teología. A tomar por saco el limbo. Y todos los niños que llevaban milenios colgado de un guindo brumoso entraron en el cielo.

La banca ha tardado un poco más. Durante décadas, los banqueros se apuntaron a la búsqueda científica del limbo. Mientras los premios nobel de física se devanaban los sesos intentado interpretar el universo y sus partículas elementales, los banqueros fueron capaces de convertir la materia en vacío y, en unos pocos días, revertir el proceso.

Cualquier ciudadano que haya hecho una transferencia sabrá que existe un periodo indeterminado de tiempo en el que su dinero no existe. Dada una cuenta A de la que se realiza la transferencia hacia una cuenta B, existe un tiempo -variable- en el que el dinero ni está en A de donde salió ni está en B donde tenía que llegar. O sea, no está. Y si uno pregunta, la respuesta indefectiblemente es que está en el limbo. Es decir, en un espacio electromagnético existente entre que se aprieta la tecla de un ordenador por el que se cursa la transferencia y ésta aparece en la pantalla de otro ordenador situado a cierta distancia.

Unos seiscientos bancos europeos han firmado un acuerdo para lo que denominan transferencias exprés y gratuitas para cantidades inferiores a quince mil euros. Empezará a funcionar en unos días y supone -¡oh milagro!- que si usted decide enviar un dinero de una cuenta a otra, la pasta estará ingresada en unos diez segundos. A tomar por saco el limbo bancario.

Lo que se presenta como un avance prodigioso de la moderna y servicial banca es, en realidad, el fin de una práctica que demuestra empíricamente la jeta de las entidades de crédito. Cada día se realizan cientos de miles de transferencias. Y ese dinero que desaparece de unas cuentas sin aparecer en las otras pasa a formar parte de una gran bolsa financiera con la que los bancos operan durante algunos días sin permiso y sin pagar intereses.

En un siglo donde las comunicaciones son instantáneas y el dinero es un simple apunte, mantener ese limbo se estaba convirtiendo en una situación tan bochornosa como ilegal. Así que, como el Vaticano y a regañadientes, los amos de nuestras nóminas han decidido abrirnos las puertas del cielo. Joder, muchas gracias.