Llegar vivo a las postrimerías del año resulta una suerte que no solemos apreciar en su verdadera dimensión, por cuanto olvidamos los nombres, algunos populares y otros más cercanos, de los que se han quedado en la cuneta de la senda irreversible. De este modo, el pasado sábado los programas televisivos colmaron sus escaletas con el previsto desenlace de Gregorio Sánchez, el popular Chiquito de la Calzada. Limitarse a citar a amigos, algunos reales y otros de ocasión, para que relataran anécdotas del fallecido, resultaba tan fácil como la confección de un programa educativo para un curso de párvulos, donde su principal objetivo es enseñar jugando. Método que, por cierto, aplicaba este cómico de triunfo tardío con el lema de divertir fantaseando, venido a más por la originalidad de su método para hacer reír a la gente, haciéndole olvidarse de sus problemas, siquiera por unos minutos. En honor a la verdad, muchos de sus chistes carecían de la suficiente vis cómica para provocar una carcajada abierta, pero, sin saber cómo, conseguía elevarlos a la categoría de geniales, por el embrollado montaje de sus narraciones hasta llegar a su conclusión. Carente casi de guión, el fallecido iba improvisando sobre la marcha, utilizando adjetivos intraducibles y gestos personales que han quedado como una forma de expresión en el lenguaje de la memoria colectiva. Sin ir más lejos, durante su actuación años atrás en la Fiesta de la Vendimia de Tacoronte, bajo la égida de Hermógenes Pérez, recuerdo una expresión espontánea salida de su irreprimible afán por recorrer de un lado a otro el enorme escenario de la plaza. Más o menos dijo "Estar agotado por las caminatas que se daba para ganarse el cheque". Expresión, ésta y otras, que contribuían a ganarse el favor del público presente.

Sin querer añadir mucho más en su memoria de hombre sin descendencia, enamorado y afectado por la pérdida de su esposa, Pepita, sólo sé que recordaremos durante más de una generación dichas expresiones entremezcladas con el lenguaje cotidiano, dicho sea al margen de los negociadores que le ofrecieron protagonismo en alguna de sus disparatadas e infumables películas, que sin embargo le sirvieron para incrementar su peculio personal y hacerle olvidar los años de hambre de su infancia en el seno de su propia familia nuclear, y su precoz irrupción como cantaor en el mundo del trabajo a los trece años.

Venido a más, por su originalidad para abordar un espectáculo, sólo hay que resaltar el afán y la decepción de su entrañable amiga Paz Padilla, cuando le preguntaron por el merecido homenaje del otorgamiento de la Medalla de Andalucía. "Ya para qué...", respondió de forma tajante, recordando la lucha personal que ha llevado con las autoridades para que le otorgaran el merecido homenaje en vida, y no a título póstumo para quedar bien en la foto y con la propia conciencia por su omisión imperdonable. Como bien me decía un Premio Canarias ya fallecido: "los homenajes están para disfrutarlos por el propio galardonado".

Es muy posible que por un cargo de conciencia tardío, a alguien se le ocurra confirmar algún homenaje póstumo del fallecido. Algo que he reivindicado recientemente para figuras de nuestro acervo cultural, que inexplicablemente yacen en el olvido hasta la luctuosa decisión de sacarlos a la luz cuando carezcan ya de luz propia, simplificándolo con una foto y una mención tardía. Curioso país es éste/que olvida a quien lo merece/que no merece el olvido/quien en el olvido perece?

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