En la película iraní "El viajante", de Asghar Farhadi, Oscar al mejor film de lengua no inglesa en este 2017, se narra -delicadamente, sin nada explícito- cómo un desconocido agrede sexualmente a la esposa del protagonista. Cuando, finalmente, el asaltante es descubierto y se le pregunta por qué lo ha hecho, responde con una palabra que suena como una herejía en los oídos occidentales: «caí en la tentación».

Y es que reconocer una tentación en la cuestión del sexo significa que existe el bien y el mal: que hay ética. Pero resulta necesario recordarlo precisamente cuando cada día nos levantamos con un nuevo escándalo de abuso sexual de alguien con poder profesional, económico o político que chantajea a quien tiene que prosperar en esos ámbitos. ¡Qué asco!

Pero no solo hay falta de moral cuando se profana la libertad de otra persona aprovechando la propia posición de poder, sino que también "es obsceno el pornográfico poner el cuerpo y alma ante la mirada", en palabras de Byung Chul Han. Este filósofo coreano -otra voz no occidental-, afincado en Alemania, critica la sociedad actual "de la transparencia" cuyo ejercicio de coacción conduce a la alienación del cuerpo mismo: "Este se cosifica como un objeto de exposición. No es posible habitar en él. Hay que exponerlo, y hay que explotarlo".

Por tanto, además de la intimidación personal, existe, según denuncia Han, la inmoral violencia ambiental con su imperativo de la transparencia que "hace sospechoso todo lo que no se somete a la visibilidad. En eso consiste su violencia". Me planteo: ¿habría que incluir aquí a las tendencias de moda que muestran las prendas interiores como si fuera expresión de espontaneidad?

Tal vez, convenga meditar las reflexiones críticas de este pensador oriental: "La sociedad expuesta es una sociedad pornográfica. Todo está vuelto hacia fuera, descubierto, despojado, desvestido y expuesto. El exceso de exposición hace de todo una mercancía". Lo cual, significa que aunque el usuario crea que es original y rebelde, en la práctica, sin pensamiento crítico propio, sigue dócilmente las conductas diseñadas para vender y los dictados de las tendencias culturales.

Todo esto, según Han, termina en el escalón último de la pornografía. "El porno no solo no aniquila el eros, sino también el sexo. La exposición pornográfica produce una alienación del placer sexual. Hace imposible experimentar el placer", concluye lisa y llanamente el filósofo coreano, sin pelos en la lengua. Y esto nos lleva a la ética personal respecto al ejercicio de la sexualidad, en contra, lo sé, de grandes especulaciones que niegan esta conexión: mi postura personal es la contraria.

Tengo la sensación de que vagan por el ambiente cultural teorías abstractas en las que defienden una sexualidad sin límites morales, salvo la violación de la libertad ajena. A partir de ahí, intentan meter la realidad a martillazos en el esquema previo. Si aparece el pudor, por ejemplo, se le atribuye un valor de anticuada tradición cultural a abolir. Y así, hasta que todo encaje. ¿No conduce todo esto a una hipersexualización cuyos amargos frutos vemos cada día?

Por el contrario, se afirma en el "Diccionario de la adolescencia" de Joseph Nauori y Philippe Delarouche que "en el adolescente, el sexo está envuelto en un gran pudor. Lo olvidan demasiados adultos". Y quien los haya tratado durante muchos años o los explore en una consulta médica -en mi caso, ambas circunstancias se dan-, lo sabe perfectamente.

Decía Ludwig Wittgenstein, el genio de la lógica y el lenguaje: "Si una persona me dice que ha estado en los peores lugares, yo no tengo derecho a juzgarla, pero si me dice que fue su superior sabiduría la que le permitió ir allí, entonces sé que es un fraude".

Y el "Cantar de los Cantares": "Si alguien quisiera comprar el amor / con toda la fortuna de su casa, / hallaría el mayor desprecio". Comprarlo o adulterarlo, separándolo de la ética.

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