No fueron los felices 60 pero pudieron serlo. La movida madrileña se constituyó en fenómeno cultural, sustentado en la esfera artística y no en la cognitiva, porque se ramificó. Santa Cruz, como lo pudo ser Vigo, fue una sucursal. De no haber explosionado hubiera quedado en una fiesta de amigos, como lo fue la discoteca Studio 54 con Andy Warhol, Bianca Jagger, Lou Reed…, de la noche neoyorkina, un escaparate para diletantes, desde finales de los 70 a mediados de los 80.

En Santa Cruz hubo locales que, lejos del Studio 54, resultaban franquicias del "Penta" de Malasaña, se soñaba con Rock Ola, pero teníamos el "Espacio 41". Su dueño, el artista Joseba Franco, lo había sido del "Lamiak" de Bilbao, un bar feminista de culto. Dos mundos, uno que desaparecía y otro que nacía, Joseba a quien conocí aquí, hizo de bisagra. El "Lamiak" acogía a feministas, trotskistas, maoístas, etarras, gais que debutaban en la sociedad vasca, presos comunes organizados en la coordinadora COPEL… Finales de los 70, principio de los 80: sólo hablábamos de política.

Almodóvar dijo que severos progres antifranquistas y cantautores con barba poseían una esencia indiscutible: el aburrimiento y la grisura. Una diagnosis inobjetable. Santa Cruz en los 80 era una fiesta. Abatido Marx se entronizó a Nietzsche y su mensaje dionisíaco, la estética cumpliría como nuevo evangelio. La noche se rasgaba para dar entrada al color, las nuevas formas y los disfraces, la identidad comenzó a ser maleable. La vida descubría su dimensión lúdica y creativa.

Ciertamente, la movida madrileña con sus franquicias no dejó ninguna consecuencia; hasta sus protagonistas rebajan ahora su importancia. Desde luego que el mayo del 68 fue prolífico en herencias; con la invalidación del papel de la clase obrera se alumbraron las identidades individuales: mujeres, homosexuales, minorías étnicas… como nos recordó Tony Judt.

En algún sentido se siguió el legado sesentayochista al apostar por el hedonismo, el antidogmatismo, la pulsión vital y la creación. La instantaneidad, el valor sublime del momento.

Por el "Espacio" paseaba una leyenda viva: Carlos Berlanga de Dinarama. En la plaza de toros podías ver a Miles Davis y Mecano, Yaiza Borges ponía el mejor cine. Amisté con el editor Carlos Gaviño de Franchy, poeta, crítico literario y general de la noche. Ante él, todos súbditos. Tan brillante y culto, provocador audaz y divertidísimo como nadie. Sin duda, el mejor presidente del Círculo de Bellas Artes; secretario yo, allí vivíamos, y en el "Mercurio", el "Botiquín"…