He sentido una profunda emoción y congoja personal al acceder a las fotografías de la llegada del cadáver de Manuel Marín al Congreso de los Diputados en la mañana de ayer. El féretro fue transportado a hombros por miembros del Cuerpo Nacional de Policía pertenecientes a la comisaría del Congreso de los Diputados y de ordenanzas de esa cámara, y conducido al Salón Noble que él recorrió tanto y en el que también se despidieron en otros solemnes momentos los restos de personajes tan ilustres de nuestra democracia como Gabriel Cisneros o Adolfo Suárez.

Los ciudadanos canarios tienen el derecho de que se les recuerde que Marín fue uno de los cargos públicos españoles que con mayor pasión, en miles de diferentes encuentros, defendió la singularidad del archipiélago canario dentro de la Unión Europea. La primera vez que tuve conocimiento de su existencia fue cuando se le encargó, por el portavoz socialista en el Congreso en el año 1978, la defensa del acuerdo bilateral España-Marruecos en materia de pesca. Su brillante actuación y referencia al papel de Canarias en el sector pesquero nacional causó auténtica admiración, tal como se recogió en el diario de sesiones de aquellas ocasiones.

Una vez que el Partido Socialista ganó las elecciones generales en octubre de 1982, acertadamente, el ministro de Asuntos Exteriores, Fernando Morán, con la aceptación de Felipe González, le nombró secretario de Estado de Relaciones con la Comunidad Europea. Veteranos del Partido Socialista canario como Jerónimo Saavedra, Juan Alberto Martín, Augusto Brito, Carmelo Artiles, Ángel Luis Sánchez Bolaños, Néstor Padrón, María Dolores Pelayo y yo mismo tuvimos múltiples encuentros con Manuel Marín, al que le hicimos llegar centenares de informes que fueron interiorizados y asumidos y defendidos en todos los foros comunitarios negociadores, y, en una actitud de respeto a la voluntad emanada del Parlamento de Canarias, que la hizo suya el Gobierno Socialista del momento, Canarias, en el ingreso de España en la Unión Europea, recibió un tratamiento singular que se conoció como Protocolo II, por el cual Canarias, como parte integrante del Estado español, ingresaba en la Comunidad Económica Europea y quedaba en un estatus singular. Años después, cuando también el Parlamento canario decidió solicitar al Gobierno de España que nos fueran de aplicación plena las políticas comunitarias, Manuel Marín fue un firme defensor de ese planteamiento y de la configuración de un estatus especial que terminó siendo plasmado en el Tratado de Maastricht de 1992 como Región Ultraperiférica de la Unión Europea. Precisaríamos muchas páginas de prensa para reflejar el papel de Marín en aquella época en la configuración de todo el paquete de ayudas que se conoció como Poseican.

Cuando fue vicepresidente de la Comisión Europea, Marín impulsó políticas generales como el programa Erasmus, al que se le debe prácticamente esa realidad.

Personalmente tuve el privilegio, en la séptima legislatura de las Cortes, del año 2000 al 2004 (segundo mandato de José María Aznar), de trabajar con él en el Congreso de los Diputados, él como diputado por la provincia de Ciudad Real y yo por la de Santa Cruz de Tenerife, y ambos éramos portavoces respectivamente de nuestro grupo parlamentario en las comisiones de Exteriores y Fomento. Participamos en muy diferentes foros, como recuerdo singularmente un fin de semana en Ceuta, debatiendo sobre la singularidad fiscal de esa ciudad autónoma. También recuerdo sus brillantísimas intervenciones contra la participación de España en la guerra de Irak. Era un excepcional parlamentario.

También recuerdo cómo en el año 2002 Salvador García, que se presentaba como candidato socialista al Ayuntamiento de Puerto de la Cruz, me pidió que hablara con Marín para que viniera a Tenerife. Tuve la suerte de poder compartir con él cuatro días en la isla navegando, pescando y conociendo nuestra realidad.

En la octava legislatura ocupó la Presidencia del Congreso de los Diputados, que ejerció de manera magistral, si bien en los últimos meses de esa legislatura fue objeto de la descortesía de enterarse por los medios de comunicación que en la legislatura posterior no seguiría como presidente del Congreso, porque así lo habían anunciado públicamente caracterizados miembros de la Comisión Ejecutiva Federal del PSOE.

Cuando decidió dejar la actividad política en el 2008, se hizo cargo de la presidencia de la Fundación de Iberdrola, especializada en la defensa de políticas medioambientales, de lucha contra el cambio climático, de búsqueda de una racional transición energética. También nos encontramos en varios foros en la décima legislatura, en la que tuve el privilegio de ser portavoz de políticas energéticas en el Congreso por mi grupo parlamentario. Ahí, en esa etapa, comprobé su gran sensibilidad por los temas medioambientales y en el excepcional papel que venía desempeñando en la referida función de presidente de la fundación. Ese es un ejemplo más de la aportación que a la sociedad puede hacer un servidor público en el ámbito de la empresa privada, y ello nos debería llevar a meditar acerca del gran cinismo que caracteriza a algunos cuando hacen referencia a las llamadas puertas giratorias, y lo digo porque a Manuel Marín, por parte de algunos cobardes que se esconden tras las redes sociales y no dan sus nombres, le criticaban su participación en la fundación en cuestión.

*Exdiputado socialista en el Congreso

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