Antes de que llegaran los modernos, en el pleistoceno franquista, del agua en Canarias no se ocupaba ni el Tato. Fueron los magos los que subieron en mulas los materiales para excavar galerías y sacar el líquido elemento de los bajos del Teide. Los agricultores isleños hicieron cientos de kilómetros de túneles en las montañas y canales sobre los barrancos de la isla. Y esa estructura fue fundamental para el desarrollo económico de Tenerife en los años del crecimiento agrícola y turístico. La gente compraba acciones de agua como los que compran hoy acciones en bolsa. Tenían horas de agua para regar sus fincas, guataca en mano, abriendo surcos a toda prisa para aprovechar las pipas que les tocaban.

Luego llegó la democracia y los gobiernos quisieron regular el mundo del agua, un bien escaso, sobre la base de quedarse por la cara con todas esas infraestructuras echando a la iniciativa privada con una patada en el culo. Miles y miles de pequeños accionistas se agarraron un cabreo, porque las acciones de agua eran una manera de invertir las perras de las familias y hacer negocio. El asunto quedó en tablas. El Gobierno socialista de Saavedra tuvo el buen juicio de dar una larga cambiada a la primera Ley de Aguas y adoptar la estrategia de un aterrizaje a largo plazo del control de las administraciones públicas en el negocio. El mundo de las aguas entró en un sistema mixto de gestión en donde las administraciones insulares se sentaron a la misma mesa que los propietarios privados para conciliar los intereses de ambas partes. Y empezó un cambio en el sistema de gestión del recurso.

Poco a poco, esa estrategia ha dado resultados. El Plan de Balsas del Cabildo de Tenerife que inició José Miguel Galván e impulsó José Segura ha creado una red de almacenamiento fundamental para que las aguas que no son necesarias en invierno no se pierdan en el mar. El uso de las aguas depuradas para el riego ayuda a reducir la demanda de aguas potables de galería. Y la instalación de nuevas desaladoras ha contribuido a regular el precio, poniendo en el mercado una oferta controlada por la administración pública y que se ha venido a sumar a las aguas de naciente, disminuyendo la necesidad extractiva que estaba poniendo en peligro de agotamiento algunas explotaciones.

El agua ha dejado de ser un problema candente incluso en épocas, como esta, de sequía. Pero hay temas que claman al cielo. Hay municipios que no invierten en la mejora de las redes de abastecimiento porque lo que se hace bajo el suelo no se ve tanto como los campos de fútbol. Las pérdidas entre el agua que se compra por algunos ayuntamientos y la que llega a los vecinos son enormes; en algunos casos llegan al 50 %, que es una cifra como para poner los pelos de punta. Hay municipios cuya red de alcantarillado es un coladero. Y la falta de depuradoras suficientes hace que nuestra isla siga vertiendo al mar enormes cantidades de mierda líquida. Te acercas a un emisario submarino y te haces vegetariano en un pispás viendo lo que le damos de comer a las salemas.

Llegó un verano de microalgas mediáticas y nos llevamos las manos a la cabeza. El mismo que hizo una casa ilegal en las medianías y cavó un pozo negro para tirar las aguas residuales al subsuelo se puso en el bar a pontificar por qué no hay suficientes depuradoras. Luego pasó el verano y nos pusimos a hablar de Cataluña. Y luego de los partidos del Tenerife.

El problema de los vertidos no se resuelve con alarmas, sino con responsabilidad. Y con inversiones. Destinar dinero a infraestructuras que hacen una isla más sostenible no garantiza el aplauso de la misma gente que critica puntualmente un desastre veraniego. Pero a veces hay que trabajar por el futuro. Como se hizo en las grandes administraciones de la Transición, que, bien que mal, nos dejaron un país mejor que el que teníamos.

En los presupuestos de varias corporaciones para el año próximo hay una discreta inversión en obras hidráulicas. Nadie le ha prestado mucha atención. Seguimos vertiendo aguas residuales al mar, pero a los indignados de ayer hoy les conmueven otras cosas. Porque vamos brincando de una urgencia a otra, de una denuncia a otra, de un titular a otro, sin querer solucionar en realidad nada. No nos conmueven las soluciones, sino los escándalos. Esta sociedad, de memoria de pez, es lo que tiene.