Si bien Canarias tiene en su benignidad climática uno de sus grandes atractivos, no es menos cierto que, en alguna ocasión, situaciones meteorológicas de riesgo se manifiestan en el Archipiélago con mayores o menores consecuencias.

Nuestra historia reciente ha estado marcada por algunos episodios atmosféricos adversos que así lo atestiguan, generando daños materiales de importancia e, incluso, víctimas mortales. Cabe destacar el temporal de enero de 1999, que afectó a las Islas durante los primeros días de ese año y que supuso el punto de inflexión en Canarias por ser el ejemplo más significativo de la necesidad de identificar, evaluar y comunicar los riesgos para favorecer la preparación de la población ante cualquier situación adversa.

A este fenómeno se le han ido añadiendo otros de infausto recuerdo como las lluvias torrenciales del 31 de marzo de 2002 y la tormenta tropical Delta del 2005, entre otros.

En este contexto la información meteorológica es fundamental. El sistema público de Seguridad y Emergencias de Canarias debe garantizar la información previa al acaecimiento de un riesgo a los intervinientes, administraciones públicas y ciudadanos. Eso sí, siempre avalado por los servicios y equipos especializados que emiten sus informaciones y predicciones de interés general.

Esta acción se encuentra perfectamente protocolizada por el Plan Meteoalerta, que se pone en marcha cuando la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet) comunica la existencia de un fenómeno que constituye un riesgo potencial para la población. Lo cual determina automáticamente la activación preventiva del Plan Específico de Protección Civil y Atención de Emergencias de la Comunidad Autónoma de Canarias para Riesgos por Fenómenos Meteorológicos Adversos (Pefma). Es lo que técnicamente se conoce como alerta temprana, un concepto difundido a escala global que tiene por objetivo capacitar y estimular a sus destinatarios a que tomen medidas para que, en caso de que se materialice el riesgo, su impacto sea el menor posible.

Por ello, es importante no banalizar con la emisión de alertas o avisos de situación de riesgo por parte de las autoridades y organismos implicados. Los avisos meteorológicos se fundamentan en el análisis de los datos de observación y predicción, utilizando una metodología científica de organismos altamente especializados, donde existe una alta probabilidad de que la situación de riesgo pueda materializarse. Aunque siempre bajo la premisa de que cualquier factor geográfico o atmosférico puede alterar estas previsiones meteorológicas.

En general, los riesgos naturales no pueden evitarse. Sin embargo, su impacto general puede reducirse significativamente gracias a la prevención. Por ello, es importante que todos estemos familiarizados con los avisos de riesgo y su significado, con las fuentes de difusión y los mecanismos de autoprotección que deben ejecutarse previamente a que se desarrollen las condiciones de peligro. En definitiva, debemos fortalecer la cultura de la autoprotección.

¿Cada vez que nos ponemos el cinturón de seguridad tenemos la certeza de que vamos a sufrir un accidente de tráfico? La respuesta, obviamente, es no. Pues esta situación puede y debe ser asimilable a los avisos meteorológicos. Las razones de una mayor o menor incidencia de cada episodio meteorológico viene condicionada, entre otros factores, por nuestra propia geografía, que determina que cada una de nuestras islas sean continentes en miniatura, donde proliferan microclimas que manifiestan situaciones atmosféricas diversas y/o adversas en pocos kilómetros.

Como sociedad hemos evolucionado alcanzando niveles significativos de desarrollo socioeconómico que, en contraposición, han determinado una mayor exposición a los fenómenos meteorológicos adversos. El uso intensivo de nuestro territorio ha determinado un incremento significativo de nuestra vulnerabilidad. Esta afirmación tiene su ejemplo más representativo en las zonas más urbanizadas de nuestro archipiélago cuando registros pluviométricos moderados generan un incremento de las incidencias tanto en nuestro patrimonio público como privado.

Pero no es un hecho exclusivo de nuestro territorio. Dentro del Marco de Sendai, desde Naciones Unidas se nos advierte de la mayor virulencia y recurrencia de situaciones meteorológicas adversas en el mundo. Y se puede afirmar con rotundidad que los efectos de este tipo de situaciones no van a suceder de manera aislada. Por eso, es necesario seguir trabajando para reducir el grado de exposición y la vulnerabilidad, garantizando un sistema integral de gestión de riesgos meteorológicos en el que trabajen conjuntamente las administraciones y la ciudadanía.

Este sistema debe partir de la base del reconocimiento de las causas y efectos de estos episodios, sin alarmismos y con clara vocación científica, y ha de sustentarse sobre cuatro pilares. El primero de ellos es seguir garantizando un sistema de predicción eficaz, con mayor resolución temporal y espacial, lo cual redundará en el mejor pronóstico posible del tiempo. Debe ir acompañado de una red instrumental de seguimiento y vigilancia que garantice una cobertura adecuada, sobre todo en las regiones más vulnerables. Además, un sistema robusto de alerta temprana va a ser mucho más flexible y descriptivo con las consecuencias de los fenómenos meteorológicos, teniendo en consideración las particularidades de nuestro territorio. Y el cuarto pilar es la difusión y comunicación con un lenguaje más coherente e inclusivo, que garantice que todos seamos avisados con antelación y donde se facilite el trabajo interinstitucional y el intercambio de información.

*Subdirector técnico de Protección Civil y Emergencias del Gobierno de Canarias