Ya no es el fantasma del comunismo el que recorre Europa con su Internacional Socialista, ahora es el tiempo de un nuevo fantasma: la Internacional Nacionalista, que tumbará fronteras, emergiendo nuevas naciones. De ahí que en esta etapa de la historia ser nacionalista tiene riesgo y máxima responsabilidad, puesto que la razón política debe estar implicada en que su espacio poblacional se convierta en nación después de un pasado de esfuerzo, sacrificios y abnegaciones.

El nacionalista consecuente se enorgullece de serlo, pero no como si fuera un título que se saca en una tómbola, sino demostrándose a sí mismo y a la colectividad que su afán primordial es que esa nación que permanece en el imaginario un día sea realidad y se dote de los ropajes institucionales de un estado. Una nación sin estado es un cuerpo sin calor, aterido por un frío conceptual que solo podrá conducir a la melancolía y al desasosiego.

Ser nacionalista para algunos es complicado y les supone un esfuerzo que tienen que disimular al mencionar que se consideran como tales cuando las actitudes y los discursos van por la vertiente del contra-nacionalismo, lo que motiva que se haga el ridículo ante un transformismo político ocurrido por su vacío ideológico.

Ser nacionalista requiere asimilar intelectualmente qué se pretende hacer con el territorio donde se vive, donde vivieron nuestros antepasados, con una cultura que es común y que el deseo de la construcción nacional se avive en el discurso del día a día, sin tapujos y dobles lenguajes que puedan provocar escándalos semánticos.

Algunos se complican la vida llenándonos de prejuicios simuladores, utilizando eufemismos que traicionan y ponen en el escenario de la perplejidad, y no para los que son nacionalistas, sino de muchos otros que confusos se dejan arrastrar por posicionamientos hasta individuales produciendo desajustes ideológicos de gran calado.

El nacionalismo no está en derrota, es una amenaza no para los que miran hacia un mejor futuro de los pueblos, sino para los inmovilistas, para los que no saben qué terreno pisan y en las aguas de la ambigüedad nadan, así como para los que a las viejas historias no las quieren desempolvar para construir una historia nueva, donde el protagonismo de la misma sea universal.

La construcción del mundo de las ideologías, donde el nacionalismo es una de las más relevantes, tiene su razón de ser. Los nacionalistas buscan la nación para arrumbarla hacia los deseos de una gran mayoría, y salgamos sin tapujos a los espacios del pensamiento sin disfrazarnos como si se estuviera en un carnaval en el que tras la máscara nadie conoce a nadie.

Por nuestra parte los nacionalistas canarios tenemos que desterrar de nuestro lenguaje, si nos creemos lo que somos,diversidad de discursos, posicionamientos individualistas ajenos a las organizaciones y, sobre todo, no estar en un caos ideológico que sería lo más lamentable que pudiera pasar. Y pasa.