Entiendo que hacer el árbol muchas veces pueda suponer un tranque sin parangón, pero mira que los hay feos, sin gusto y hechos al trancazo. Eso sí, cada familia cree que el suyo es el más bonito del mundo y que debería ser el icono del neoyorquino Rockefeller Center. Quiero suponer que en la mayoría de las ocasiones los montan con todo el cariño del mundo, pero con el escaso gusto que caracteriza a tantos. Si a algunos de estos árboles los localizáramos en una película de los años setenta, pasarían totalmente desapercibidos. Hay familias que desde esa década no le han añadido ningún detallito nuevo al ya mustio matorral. Mi amiga Mary Cruz Domínguez me contaba que hay pocas cosas tan cansinas como que unos amigos vengan de viaje y te inviten, durante toda una tarde, a ver las fotos de su particular aventura. Pues sí querida Domínguez, ahora están los árboles de Navidad.

Ahí están esos falsos abetos copando las redes sociales que tú no utilizas. Hoy los chinos te venden unos árboles blancos decorados ya con bolas por 40 euros. Es asombroso ver cómo cada hogar cree que tienen el árbol más bonito de la galaxia y junto a él posa mamá, papá, los churumbeles y las mascotas. Qué monada. Y todos vestidos como si fueran a misa un domingo. Es abrir el Facebook o el Instagram para distraerte un fisco y correr como un galgo a buscar un Almax y calmar la revoltura de estómago. Y mi gran duda es: ¿seré yo o realmente los árboles necesitan un poco más de glamour? Me inclino por lo segundo. Y listo.

JC_Alberto