Hay síntomas de que las cosas van bien. La Consejería de Sanidad del Gobierno de Canarias, por ejemplo, ha descubierto la existencia del plástico. Este año próximo los usuarios de los servicios de salud pública dejarán de usar las fotocopias de papel con las que iban de aquí para allá, con sus dolencias, demostrando que tenían derecho a la asistencia.

Es el milagro de un presupuesto, aprobado ayer, en el que por primera vez empezamos a tener una financiación decente. La matemática parlamentaria ha producido que los votos de los nacionalistas canarios sean fundamentales para formar mayorías, y la endurecida alma centralista de la Hacienda estatal se ha dulcificado de tal forma que han entendido que una cosa son los fondos del REF y otra la financiación de los servicios públicos. Por eso, y no por otra cosa, vamos a tener este año algunos millones más en las cuentas públicas.

Pero no se engañen. Que lo público vaya bien es sólo una parte de la solución de nuestros problemas. En Canarias existe una contradicción entre lo real y lo estadístico. Tenemos una economía sumergida floreciente y una cultura de la subvención que sobrevive en la trampa de unos sueldos bajos que desincentivan a la gente para salir de la oscuridad. Nos pasamos la vida hablando de los problemas de la pobreza y la exclusión social, pero las colas de ayer para entrar en la capital eran kilométricas, los centros comerciales estaban desbordados y nuestros indicadores de consumo se disparan.

Existe un número indeterminado de personas que viven cobrando alguna prestación y desarrollando eso que hemos dado en llamar "cáncamos". Entre una cosa y la otra se sacan un sueldo respetable exento del pago de renta. Cuando se le ofrece un puesto de trabajo, el salario que terminaría recibiendo en mano es sensiblemente inferior a lo que percibe en la situación irregular en la que sobrevive. ¿Qué incentivo tiene para aceptar algo en lo que va a ganar menos? Ninguno, obviamente.

Para romper ese círculo perverso de la economía sumergida hacen falta mayores salarios y un empleo estable. Y eso es difícil de conseguir en un mercado que consume mano de obra poco cualificada y que además sigue importando trabajadores de fuera. No resulta una sorpresa que cuando un cabildo quiere contratar trabajadores por mil euros mensuales y tira de las listas del INEM se encuentre con que un altísimo porcentaje de parados les dice que muchas gracias y hasta luego Lucas. No es una sorpresa porque hay que aplicar la fórmula: paro más cáncamo es igual o superior a sueldo ofertado.

Las cuentas públicas que aprobó el Parlamento son un soplo de aire en la economía canaria. Pero lo que sopla en las velas de las sociedades es el sector privado. Y nuestras islas, absortas en su burbujita turística y su éxito inconmensurable, van a seguir sin cambiar. Porque la jodienda no tiene enmienda.