Mientras la especulación rompía reglas y volúmenes, un político sagaz echó la milonga de la declaración de Patrimonio de la Humanidad para la capital masacrada en su casco y limitada en su periferia. La víctima central fue el foro abierto del debate viciado -la Unesco jamás trató el asunto- y, entretanto, cada semana supimos los ciudadanos ilusos o escépticos un nuevo desafuero.

Escribo desde la nostalgia y no uso argumentos ni adjetivos diferentes a los difundidos en un diario de ocho páginas cuando la libertad y el derecho estaban en las nubes y no en el suelo. Paso -el paso es paseo obligado en la vía mayor de cada pueblo- por el extendido corazón urbano y algunos vecinos me comentan las novedades -ese término es positivo- y las noticias -sucesos de todo tipo que admiten debate - que tocan a la ciudad y -¿cómo no?- a su espacio capital y mejor elemento de representación.

En las horas difíciles, cuando los desafueros arquitectónicos y estéticos se vendieron como señales de progreso, quienes nos opusimos -con pocos medios y escasa fortuna, eso sí- al cemento, el mal gusto y el negocio unidos, sólo contamos con el aliento y el apoyo de los empresarios y trabajadores de la calle Real, aquellos que, como otros patriotas y gentes de buen gusto, la entendieron como un ente vivo, con cuerpo y alma, con una carga de historia y un estilo indeclinable para proyectar al futuro.

Me cuentan, y ella me lo confirma, que, por razones ajenas a su voluntad, Aurora Hernández cambia de sitio, y de la plaza de España pasa a la inmediata vecindad del Castillo Real de Santa Catalina. Con esta amiga, y el pleno de Candilejas, devolvimos el teatro a la plaza de España en las fechas grandes de Navidad y Semana Santa; y ella, por su parte, inauguró un estilo mercantil que, entre los objetos de bazar y el práctico menaje doméstico, se convirtió en imprescindible para la ciudad alegre y confiada. Pero, por encima de estas circunstancias, fue una defensora radical de esa calle que nos identifica y enorgullece, "la calle, como negocio y espectáculo siempre variado, nuevo y concurrido, siempre abierto y franco", como la entendió la Pardo Bazán. Estoy seguro de que, en la cercanía del mar y la Alameda, la eficaz Aurora practicará esa misma doctrina.