Hay días en que luce el sol, pero en La Laguna es posible encontrar una niebla tan espesa como un puré de bubangos. Debe ser por esa predisposición que resulta tan difícil a veces distinguir los contornos de la realidad. Hasta esta semana, la oposición municipal parecía una ballena varada en aguas poco profundas. Sus coletazos mediáticos -un exagerado minuto de silencio por el alma del concejal Zebenzuí González- parecían no llevar a ningún otro sitio que arañar el evanescente protagonismo de un titular.

Al alcalde de Coalición, José Alberto Díaz, le acusan de regocijarse en la intimidad, como Aznar hablando catalán, por el reiterado fracaso de sus opositores en echarle. Y de maniobrar para conseguir apoyos en el pleno. Considerando que si hiciera lo contrario sería un perfecto mentecato, la acusación parece una coña marinera. Lo cierto es que la situación política de la corporación, atravesado en mayo pasado el ecuador del mandato, está marcada por el quiero y no puedo de una mil veces anunciada censura.

Al PSOE, escindido por la mitad, le quedan dos concejalas, que mantienen el pacto de gobierno con Coalición. Ha expulsado a tres: dos están con la oposición y otro contra la oposición. Las mociones de censura, como muchas veces se dice, no se anuncian, se presentan. El desgaste causado por los numerosos conatos frustrados ha sido tal que ha fortalecido a una parte de los socialistas laguneros, que quieren seguir cogobernando tranquilamente y que no ven ventaja alguna en un pacto alternativo con una tribu política variopinta.

En esa densa niebla de tensiones hay un acuerdo de gobierno que cuenta con más concejales de los que parece que tiene y una oposición a la que le pasa lo contrario. Y hay partidos que se deshacen y otros que se anuncian por nacer. Debe ser la humedad. Y para terminar de complicarlo, una ciclogénesis judicial amenaza con hacer aún más espesa la falta de visibilidad. Ayer se conocía una noticia tormentosa: el Tribunal Constitucional ha acordado declarar inconstitucional la principal medida contra los tránsfugas políticos, incluida en la reforma electoral promovida por el último gobierno socialista en 2011, que suponía reducir el valor del voto de ediles expulsados de un partido a la hora de plantear una censura.

Con la noticia de esta sentencia -aún por analizar en profundidad-, el fantasma de la censura contra la mayoría de gobierno empezó ayer a arrastrar otra vez sus oxidadas cadenas por la chismología oficial. Pero el sonsonete es exactamente el mismo que hace un año: a los opositores les falta un concejal. De ahí la feroz presión sicológica contra Zebenzuí González, a quien en el próximo pleno, para desgastarle, le dedicarán un rosario reparador. Y los rumores de que una concejala del PP que está harta de Antonio Alarcó -como Antonio Alarcó mismamente- estaría dispuesta a lanzarse fervorosamente en los brazos de un pacto "progresista". Lo dicho: debe ser la neblina. Vuelven los sueños húmedos.