La Nochebuena impuso, e impone, en La Palma y, de modo especial en su capital, unos horarios y modos propios que, para empezar, incluyen la cena en familia, solemne o frugal pero, en ambos casos, temprana para asistir a la inexcusable Misa del Gallo en su ermita o parroquia y cantar, o seguir y escuchar los temas navideños de producción local o tomados, y adaptados, de todos los cancioneros de España y América.

Será la mejor ocasión de disfrutar de las excelentes rondallas y coros que, durante los últimos meses del año, repasaron sus amplios repertorios, incorporaron los nuevos temas y regalaron su entusiasmo y esfuerzo en las nueve Misas de Luz que, antaño en las frescas madrugadas y, desde hace unas décadas, en las tardes, fueron el alma sonora de una ciudad que tiene melodías y ritmos propios para todas las estaciones.

Las singularidades palmeras de las agrupaciones navideñas empiezan con la adscripción de los músicos y cantantes a los templos de sus barrios respectivos y, además de la conservación de las piezas obligadas, el celo entusiasta de sumar en cada edición villancicos de otras latitudes, adaptados a sus tradicionales coralizaciones a tres y cuatro voces.

En tiempos acelerados y con ofertas de ocio cómodas y atractivas al alcance de todos, resulta excepcional la pervivencia de estos grupos que, como mínimo, reúnen a veinte o treinta componentes; y, sobre todo, las severas exigencias de los ensayos para las pocas y tasadas actuaciones.

Desde la nostalgia memorizo la amplísima lista de temas que, desde el Adeste fideles latino, suman villancicos del Siglo de Oro español, albas castellanas, fandangos domados al modo palmero, cantos de campanilleros y alegrías andaluzas, piezas de las tres Américas y, sobre todo, bellísimas creaciones de los músicos y poetas palmeros de los dos últimos siglos.

Cantar a lo Divino fue la gozosa obligación de los mesteres de clerecía de la Baja Edad. De ahí parte la popular denominación de Los divinos, que adjetivó a varias generaciones de paisanos que, con acreditada vocación y sensibilidad, mantienen viva una culta costumbre y, además, una fuente inagotable de literatura popular y folclore que suena y sabe a reliquia en los agitados rumbos de la globalización que nos traen y nos llevan a su antojo.