Dice un viejo refrán español que quien el mal por su cuenta busca, al diablo vaya a quejarse. De alguna manera podría aplicársele a la mitad de la población de Cataluña que esta semana volvió a darle al independentismo catalán un soplo de aire para que pueda seguir respirando. El suficiente como para que Carles Puigdemont saque pecho en Bruselas y diga que los catalanes le han dado "una bofetada" a España y que las elecciones autonómicas han sido la derrota del Estado español y de la Monarquía.

De nada ha servido el coscorrón del 155. Los soberanistas siguen confundiendo el culo de unas elecciones autonómicas con las témporas de un referéndum de independencia y siguen creyendo que en la matemática política el 47% de los votos es una mayoría suficiente para crear un estado. Y como es obvio, se equivocan.

El mapa que se ha dibujado esta semana en Cataluña es casi el mismo que existía antes de las elecciones. Entre aquella realidad y esta otra sólo hay una profunda y radical diferencia: que los independentistas hicieron lo que dijeron que iban a hacer y que el Gobierno de España hizo lo que les advirtió que haría. Y a consecuencia de todo esto, el ex presidente autonómico Puigdemont está huido en Bruselas, hay varios miembros del Govern en la cárcel y la autonomía está intervenida por un mecanismo constitucional excepcional.

En esta situación anómala ¿cómo van a tomar posesión antes del 23 de enero, en la constitución del Parlamento, los diputados que están imputados y en la cárcel? ¿Será detenido Puigdemont nada más entrar en España? ¿Dimitirán los encarcelados para que las listas corran y sus partidos puedan tener los votos necesarios en la cámara? El tomate político que se puede montar en unas circunstancias que nunca se ha vivido puede llegar a ser aún más surrealista que unas elecciones con candidatos en el talego o en el exilio. A los que pensaban que esto se había acabado se les puede decir que aún no han visto nada.

A Rajoy le presionarán, a partir de hoy, para que acceda a dialogar con los independentistas. Le dirán que su partido está cerca de la extinción en Cataluña y que ha pagado el precio de la intervención en la comunidad y la represión policial. Pero la flexibilidad política del presidente ya es conocida y se asemeja a la de una farola. Además, Rajoy sabe que cualquier conversación con los soberanistas está abocada al fracaso porque es imposible negociar o transigir en la liquidación del Estado. Esa es la triste realidad que el soso de Puigdemont no quiere admitir: que no puede haber amputación sin sangre.

Si el nuevo Parlamento catalán elige un Gobierno que considera aprobada la república catalana, con Puigdemont al frente y, por lo tanto, sigue adelante con los planes de "desconexión", es bastante probable que les vuelva a caer la del pulpo. Así que, ¿qué van a hacer si no funcionan sus presiones para que se abra un "diálogo bilateral" entre Cataluña y España? Lo previsible es que tendrán que optar entre el martirio o la resignación. ¿Cuántos estarán dispuestos a terminar como Junqueras, entre rejas, o viendo sus bienes embargados, como Artur Mas?

El PP ha pagado un precio enorme en Cataluña. Pero no ha sido el charrán el único que se ha dejado algunas plumas. La errática trayectoria de Pablo Iglesias y la cúpula de Podemos, situados en tierra de nadie entre los independentistas y los constitucionalistas, ha supuesto un doloroso correctivo para este partido y para ''los comunes'' de Ada Colau. No serán ni la llave, ni siquiera el llavero imprescindible para un nuevo gobierno, como se las prometían. Y esa es una muy mala noticia, porque podrían haber actuado como freno de unos independentistas que ahora, con mayoría absoluta, no les necesitan.

Dice una de las leyes de Murphy que si algo puede ir a peor es seguro que vaya a peor. La Justicia, que sigue sus propios tiempos, seguirá triturando entre sus muelas a quienes cometieron delitos tipificados en el Código Penal. Habrá más encarcelados y más procesados. Todo ello ocurrirá con un bloque independentista que habrá ocupado de nuevo el poder en Cataluña y con un presidente ausente, un caganet que hace sus deposiciones digitales desde Bruselas, que tendrá que hacerse presente para acabar procesado. Para tapar la boca a los que dicen que este es un Estado laico ahí tenemos montado el perfecto Belén de las Navidades del 2017.

El espectáculo de rebelión, de acción judicial y detenciones, de exilios y encarcelamientos, tiene pinta de seguir empeorando. Las elecciones, una vez más, no han solucionado nada. Porque los ciudadanos no votan soluciones, sino que eligen políticos que sean capaces de buscarlas. Y en este país eso se ha convertido un trabajo inútil.

Esta noche cenen poco, porque este año nuevo nos vamos a hartar de butifarra.

¡Felices Fiestas!