Partiendo del hecho de que no creo que esté mal citarse a sí mismo- supongo que lo advierten aquellos que dudan de su propia influencia y confianza-, en mis anteriores artículos dedicados a la "cuestión catalana" y a cómo, por desgracia, su deriva nacional-independentista está influyendo negativamente en la convivencia política, económica e incluso social, no sólo en Cataluña sino también en el resto de España, ya indiqué de que la aplicación por parte del gobierno del Estado del artículo 155 de la Constitución, habría de ser, necesariamente, un fracaso por haberla llevado a cabo tarde y mal.

La explicación a dicho fracaso se ve ahora tras comprobar que el cese del gobierno, la disolución del parlamento y la convocatoria de elecciones, es lo único a lo que se atrevido el gobierno de Mariano Rajoy, que, atenazado por el dirigente del socialismo español y alentado por el líder de Ciudadanos, no quisieron llegar más lejos ante el desafío golpista de los cabecillas independentistas catalanes. Por consiguiente, no se atrevieron a: meter en la cárcel a todos los golpistas, incluidos sus apoyos mediáticos, económicos, ideológicos y subvencionados; no se atrevieron a cerrar las televisiones públicas donde se ha seguido dando cancha a toda clase de mentiras, calumnias, insultos, difamaciones y propaganda a beneficio del separatismo; no se han atrevido a abrirles expedientes a todos los funcionarios públicos y a los cientos de alcaldes que, con sus actos de apoyo explícito al "proces", se han saltado impunemente la ley; no han cortado de forma inmediata la manipulación rastrera y miserable que se hace con los niños en las escuelas catalanas a los cuales, utilizando el idioma como arma política, se les adoctrina en una realidad paralela, en una historia negra inventada a su medida que les ha conducido a padecer una enfermedad cultural supremacista que ha derivado sin remedio en el odio a España y, por consiguiente, en un victimismo patológico de sillón de siquiatra.

Mientras en España no surja un líder político que vaya en contra de lo políticamente correcto y actúe con firmeza contra todas las teorías imperantes de que el reino de España después de una historia de más de 500 años en común, rica, variada, envidiada y respetada fuera de nuestras fronteras y de la que, por consiguiente, nos deberíamos sentir orgullosos, y proponga el resurgimiento de una España donde impere la ley, la justicia, la igualdad, la solidaridad y la libertad para todos y cada uno de los españoles, independientemente del lugar donde haya nacido y/o vivido, de cómo piense, del idioma o dialecto que hable, de la religión que profese, del partido a que vote, y que sus políticas vallan en defensa la nación española y del bien común, y que además proponga que la justicia, la educación, la seguridad y la sanidad deben volver a ser dirigidas y controladas desde la centralidad del Estado; cuando surja ese líder, que cuente con mi voto.

Mientras tanto, vamos encaminados, como ha sucedido en Cataluña tras las últimas elecciones, a terminar oliendo todos a establo; que es como decir que terminaremos en el peor de los indigenismos posibles: aquel que convierte a sus adictos en una secta identitaria, acomplejada, victimista, racista, supremacista, enferma social y culturalmente, que piensa que sus líderes tienen razón a pesar de que los conduzca, irracionalmente, al peor de los destinos, como suele ser la ruina económica, la fractura social y el suicidio colectivo. De hecho, la mayoría de los votos que les ha dado a los partidos nacionalistas, no la victoria, que aunque les duela ha sido para Ciudadanos -lo cual nos da un margen para la esperanza en el futuro colectivo-, surgen del aldeanismo más profundo que es donde realmente se ha implantado con más ahínco el mesianismo irracional separatista, y donde con apenas unos pocos miles de votos -entre 16.000 y 24.000, dependiendo de las provincias, frente a los casi 80.000 de Barcelona-, han logrado obtener el número suficiente de diputados como para liderar un parlamento que vuelve a situarse en la misma casilla de salida que antes de la aplicación del 155. Aunque con la salvedad de que ahora saben, conocen, que el Estado de derecho funciona también en Cataluña y, por consiguiente, saben, conocen y padecen las consecuencias penales y económicas de la irresponsabilidad de sus actos.

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