La consejera de Política Territorial, Nieves Lady Barreto, lo ha dicho tan claro que es difícil mejorar su diagnóstico: "En La Palma o nos planteamos que la economía tiene que tener un vuelco y los resultados positivos se producen en 20 años, o cerramos la isla y abrimos un geriátrico para toda Canarias".

Sus palabras pueden parecer tremendas, pero no pueden ser más ajustadas a la realidad. El proceso de despoblamiento de la isla se percibe incluso para quien tenga los ojos cerrados. En siete años, desde el 2010 hasta hoy, La Palma ha pasado de 88.000 habitantes a poco más de 81.500. Una economía basada en la agricultura y especialmente en el plátano hace que no haya perspectivas de futuro para los jóvenes que quieren emprender una nueva vida. Su destino es estudiar fuera de su casa o en alguna de las dos universidades canarias situadas en las islas capitalinas. Y una vez acabada su formación, radicarse también en una de esas grandes islas, donde se encuentran los grandes mercados con expectativas laborales.

Mientras algunos discuten la reforma del sistema electoral canario sobre la base de primar más a las islas que concentran la mayor población, la cruda realidad nos muestra la perversión de un país poblacionalmente desequilibrado. Hemos concentrado el poder institucional en las dos grandes islas, que es donde se encuentran, también, las grandes infraestructuras. Muchos jóvenes de las cinco islas "menores" acaban desarraigándose de ellas para terminar residiendo a donde obligatoriamente tienen que acudir para ser formados o donde pueden aspirar a tener un trabajo y un futuro. Porque las sedes de las grandes empresas y la mayor actividad económica se desarrolla en las dos islas principales.

El desequilibrio institucional, empresarial y económico produce una mayor demanda de inversión. Y con más y más infraestructuras, Tenerife y Gran Canaria se convierten en un foco de atracción para miles de canarios que acuden al reclamo de la construcción, la industria, el comercio o los servicios turísticos. Lanzarote y Fuerteventura, con una reciente incorporación al turismo de masas, han roto tímidamente el círculo virtuoso de la pobreza. Pero las islas occidentales siguen viviendo subsidiadas, gracias a los presupuestos públicos y a las ayudas, con una economía de segundo nivel que apenas basta para la subsistencia.

El plátano está viviendo su ocaso. La entrada de banana en el mercado peninsular -y un día hablaremos de quién le abrió las puertas- ya es una realidad que año tras año conquista nuevas cuotas de mercado. Para una isla como La Palma el horizonte tiene colores funerarios. Tiene que refundar su economía y transitar hacia un mercado de éxito, como pudiera ser la venta de servicios turísticos. Y no tiene mucho tiempo para hacerlo. O eso o, como bien dice la consejera, tendrá que ir pensando en convertirse en un parque temático, muy verde y muy bonito, para los jubilados de todas las islas. Es otra opción.