La tradición, para nuestro descanso, acotó y relativizó la actualidad en todas sus caras; nos liberó de la acre sensación del engaño y de la insolencia grosera de sus autores; nos sacó de un cansino carril y nos puso en las pautas de la fortuna posible de la lotería, del consumo de primores y caprichos que exprimen el bolsillo y disparan la glucosa y el colesterol, pero, con todo, son menos graves que las discusiones de sordos y los despropósitos mutuos de la que escapamos temporalmente.

Tras la Navidad, vuelven nombres y hechos en la consabida recapitulación del año gastado y, con las mismas pintas, la afable y enérgica Inés Arrimadas, vencedora de las justas de diciembre, frente al elenco de medianías al que se enfrentó, acaso por la claridad de su mensaje conservador. Destaco sin reserva alguna la espectacular participación en unas autonómicas catalanas que no resolverán -sólo alargarán- el viejo dilema entre la realidad y el deseo; y, naturalmente, el imprescindible civismo que debe reinar en la convivencia y debate entre distintos, la absoluta y exquisita normalidad en la que discurrió la consulta. Quedan para balance y reflexión la práctica repetición de los resultados; una apretada mayoría absoluta para los independentistas -con más escaños y menos votos- y una mayoría de votantes que defienden la constitucional y vigente integración de Cataluña en España, pero no tienen posibilidad alguna de formar gobierno.

Comento con un colega que, en lo profundo, y acaso porque nunca tuve alientos imperiales, me importa poco que los catalanes salgan o entren donde quieran; pero no me deja terminar la expresión y me recuerda que estaría bien, siempre y cuando el coste de sus entradas y salidas no lo pagara el común de los mortales, que es el caso. El fugado y locuaz Puigdemont lidera la masa catalana que milita en la mentira consentida, urdida y repetida por dirigentes astutos y sostenida por patriotas voluntariosos; es una posición legítima y loable si los actores la asumieran con todas las consecuencias. Pero, fuera de esos segmentos ciudadanos, nadie está obligado a comprarla, aunque venga envuelta en el eufemismo de posverdad, acuñado por la RAE con el mismo rango de las sonoras almóndiga y cocreta. Ahora vuelve la murga, el sainete o el cuplé que no añoramos en el dulce paréntesis de villancicos y polvorones.