Uno de los indicativos que estos días remueven alegrías dormidas, a pesar de la creencia religiosa manipulada, es el sonido festivo que no todos pueden agitar por las calles de nuestras ciudades. Son fechas en las que el individualismo da paso a la reunión familiar sencilla dando la impresión de que es en el hogar de cada cual donde se produce la reafirmación de lo simbólico. Es, sobre todo, el tiempo que transcurre para que los más pequeños de esas familias correteen ilusionados y se asombren ante aquellos juguetes que les han inculcado desde distintas campañas y que los mayores, previendo gastos y gastos (la utilización de la tarjeta de crédito tiene la discutible y peligrosa ventaja de poder gastar irresponsablemente -responsablemente desde la óptica bancaria-), tendrán que revisar, cuando lleguen, una serie de facturas para abordarlas más pronto que tarde (más tarde que pronto para los bancos), con una serie de incómodos plazos mensuales que, sin remedio, caducarán en momentos sin duda complicados. Y así, año tras año, Papá Noel, renovada tentación comercial, y los Reyes Magos, absolutamente entusiastas, se unen fantásticamente para convertirse en portadores de, en la mayoría de los casos, objetos de dudosa utilidad aunque hablemos de lo más reciente en tablets. En estos últimos años de crisis, el panorama que ha surgido en todos los ámbitos presenta un paisaje pobre y penoso, paisaje distinto y acaudalado donde reinan la abundancia y el despilfarro. Hemos conseguido llegar al formidable autoengaño (les viene pintiparado a los políticos) de organizar muchos actos solicitando la solidaridad de los que pueden desprenderse de algo para entregarlo a los que no tienen ni familia.

Otra de las muestras que señalan la singularidad de estas fechas viene envuelta en delicado papel del celofán, propalando al ciudadano balances alegres con los que las distintas administraciones embaucan al común, detallando una serie de gestiones que no se han realizado, pero que, con esa verborrea característica, florecen de nuevo como abanicos multicolores que presentan realizaciones inmediatas. Es el momento en el que los medios de comunicación se convierten en soportes de unos mensajes que esconden un sinfín de trampas dialécticas que, a la pregunta impertinente, surge la preparada respuesta de "errores subsanables". El horizonte, pues, que nos dibujan estos artistas brota blanco, azul y amarillo. Los canarios debemos remar en la misma dirección. Los que no reman en la misma dirección son antisistema locales, es decir, aquellos que en el Congreso de los Diputados votan en contra de los intereses de las Islas obedeciendo, en actitud genuflexa, lo que les ordenan desde las cúpulas.

Sin embargo, este año, a fuer de ser sinceros, a Canarias han llegado regalos innegables que los Reyes Magos, a través del Gobierno de Canarias y, sobre todo, de un herreño cabal que ocupa la Consejería de Agricultura, Pesca y Aguas, Narvay Quintero, han dejado en nuestra tierra obras tangibles e importantísimas, esto es, que ya están realizadas y que, por tanto, se salen de la catalogación de obras prometidas y no cumplidas (un saco de carbón para Carreteras). La desaladora de Fonsalía, en Guía de Isora, se inauguró la pasada semana y dará servicio a 70.000 habitantes aportando recursos hídricos fundamentales para la agricultura de la zona. Con demasiada frecuencia se olvida lo que significa el agua en Canarias, esto es, la vida misma. No se puede seguir dependiendo de pozos y galerías, algunas en manos particulares, conociendo el dato escalofriante de que más del 80% del agua que se consume en las Islas procede de estos depósitos naturales, soslayando el innegable peligro que salpica el territorio, aún hoy, como son los pozos negros.

Pero no quedan aquí las gestiones navideñas del consejero Quintero. Dos semanas atrás, firmó en Madrid un convenio por el que Canarias recibirá 10 millones de euros destinados a esta obra hidráulica. Además, a la espera de que se aprueben los Presupuestos Generales del Estado, otros convenios, rubricados por 7,5 millones, se invertirán en destinos similares en cada una de las siete Islas Canarias. Siete y no ocho, como pretenden algunos políticos canariones convertir al paraíso de La Graciosa en "un territorio de utilidad pública y de interés social", creando una pedanía, fin que no comparten los propios gracioseros porque, afirman, "aquello se les llena de políticos".

Cierto es que, volviendo a las gestiones del político herreño, conociendo cómo se las gastan por Madrid, estos últimos acuerdos los dejaremos en "stand-by" por si sucede algún imprevisto en la capital del Reino de las Españas que afecte a nuestro archipiélago, lo cual no es de extrañar a raíz de los resultados de las elecciones catalanas, que influirán, sin duda, en el Ejecutivo de Rajoy.