El último fin de semana del año siempre llega cargado de preguntas. Es solo una sensación, pero hacer balance cada 31 de diciembre me produce un poco de vértigo. Recordar a los que se fueron en 2017 y a los que hace años que no están con nosotros. O cuestionarse todos los pasos que uno va dando también forma parte de ese ejercicio pseudodepresivo que acompaña al final de un año que, para variar, parece que pasó volando.

Hoy tengo la sensación de que llego tarde a todo, incluyéndome a mí mismo, que no soy capaz de asimilar que hay varias formas de llevar la vida, y que ser y hacer deben ser compatibles: la realidad es que si me centro en ser, a veces no soy capaz de hacer, y si me concentro en hacerlo, a veces no puedo simplemente ser.

Al final, uno tiende a recordar sólo las cosas que hizo, y esos momentos que realmente nos harán ser lo que somos -los momentos en los que estamos presentes y disfrutamos de las pequeñas cosas-.

La cena de Nochebuena tuvo algo de especial en casa, aunque éramos catorce -dos menos que años anteriores- mi hija Clara -14 años- se empecinó en ponernos un vídeo en el móvil. El bullicio se fue apagando y las caras de todos -a medida que iba discurriendo la proyección- fueron reflejo de un impacto inesperado.

"Cosas realmente importantes" o algo parecido era el título. Se trataba de un estudio realizado por una universidad americana a diferentes personas de distintas edades y condición social en la que primero se les preguntaba quién era la persona más importante en su vida. La madre -las madres- batieron todos los récords, pero también hubo hermanos y amigos -esa familia que eliges sin que te llegue dada-.

La siguiente pregunta que se les hacía era sobre qué les gustaría regalarle a esa persona tan importante en su vida. Y hubo de todo: viajes, casas, coches, entradas para espectáculos? Los rostros se les iluminaban pensando en esos regalos que iban a colmar de felicidad a sus preferidos.

La tercera pregunta fue un golpe seco al mentón: piensa que esa persona que has elegido, que tanto quieres, ya no estará el año que viene? ¿Qué le regalarías?

Sus ojos hablaron más que su boca. Con palabras entrecortadas y lágrimas serenas discurriendo cuesta abajo por sus mejillas, iban coincidiendo en los regalos: le regalaría mi presencia, mi persona, mi tiempo? Pasaría todo el tiempo que pudiera con ella. Le diría cientos de veces cuánto la quiero, cuanto le quiero. Le pediría perdón?

Esa es la cuestión, el tiempo. El tiempo que siempre es diferente y fugaz. El tiempo que nunca vuelve. Tampoco las personas. Uno que anda metido en cien mil batallas, historias y tonterías varias, aficionado a que haya demasiadas cosas para tan poco tiempo como tenemos, fue testigo del impacto de ese vídeo apenas dos días después. Mi madre a la que no le gusta nada de nada que la saquen de casa o de su partida de cartas con las amigas, se decidió a salir con mis hermanos y conmigo. Tenía cien mil cosas pendientes y organizado todo para dejarla con el resto de la familia mientras yo iba a lo "productivo". De pronto me vino el flash del vídeo y, sin pensármelo dos veces, ignoré todo lo demás y nos fuimos a tomarnos unos vinos. Pocas veces me fue tan "rentable" la tarde. Se la veía feliz.

Así que, amigos?, en mi lista de resoluciones para 2018 se incluye ralentizar esta vida que llevo. No sé la suya. Tomarme más tiempo para las cosas importantes. Para estar con aquellos que se preocupan por mí. Para dedicarme a lo que deseo.

No sé en qué momento perdemos el rumbo y nos presentamos a este universo absurdo en el que todos tenemos prisa por hacer y hacer. Creo que esa es realmente mi resolución: decidir lo que importa y centrarme en ello. Y dejar de ir a caballo por la vida, puesto que el año 2017 ya casi se marchó y no tiene previsto regresar. El tiempo nunca regresa y tendremos que aprender a cuidarlo. ¿No le parece?

Feliz domingo. Feliz Año Nuevo.

adebernar@yahoo.es