Así es, por muchas vueltas que le demos la verdad no existe, pero personas de toda laya, científicos, políticos, literatos o vendedores de verdura, están dispuestos a creerse todo aquello que se vende como verdad. El envoltorio es lo que convierte en verdad mercancías abominables. Y ahora los envoltorios más en uso son las redes sociales, donde, como ocurría en la Alemania de Goebbels, una mentira varias veces dicha adquiere el aliento de la verdad.

Y la verdad no existe, existe la realidad. Y para contarla se inventó el periodismo. Este oficio, de origen tan noble como la medicina, que se hizo para curar, igual que la medicina puede ser tergiversado en beneficio de unos u otros, de estrafalarios comerciantes que se lucran con la credulidad de quienes compran cualquier cosa. Y compran cualquier cosa las personas que se quieren dejar engañar por muchas razones. En algunos casos, porque la política los utiliza para campañas partidistas, a través de mítines o propagandas en cuyo desarrollo todo se compra y se vende como verdadero. Y en muchos casos, también, porque actúa en la mente de los seres humanos la más mezquina de las conclusiones: como a mi no me dan, que las flechas discurran por donde les dé la gana.

Estas últimas razones son muy peligrosas, y son las que alientan ahora en las redes sociales. Asistimos a las diatribas, a las mentiras, a las suposiciones y a los rumores que serpentean en las cloacas de la red y sentimos el regocijo de ver a personas de prestigio cierto o de cierto prestigio lanzadas al abismo de la suposición. Y nos da igual. Hasta que caigamos en la cuenta de que el insulto, el rumor o, en general, la suposición malévola puede volverse también contra nosotros.

Cada vez es mayor la preocupación, en amplios sectores de la sociedad, del perjuicio político y social que puede causar el estado actual del uso de las redes para el descrédito ajeno, de personas e incluso de países. Y cada vez está más cerca ese descrédito de llegar a nosotros mismos, a cada uno de nosotros, pues las redes parecen elementos que circundan realidades lejanas, pero cada vez son más de proximidad. Bertolt Brecht alertaba de la estrategia de araña de los nazis: parecía que iban por los judíos, pero de pronto los judíos eran todos aquellos que al régimen les pareció que debían ser tratados como judíos.

Esas persecuciones, igual que las que ahora se arbitran desde las redes, son concéntricas, van sólo a dañar a los demás, y lo hacen en nombre de una entidad mayor e inalcanzable, la verdad. Como la realidad ha de explicarse, con los elementos que han hecho sustancial el periodismo desde que este oficio se inventó, recurren al término verdad para salvarse: la verdad es indemostrable, pero es tan esencial, tan noble el término, que a él se agarran descuideros de toda especie. Y hoy estamos los ciudadanos a merced de investigaciones que no se hicieron, de informaciones que no se concluyeron, de conclusiones que no son tales, pensando que mientras no lleguen a nosotros no son sino bromas de Internet.

Y no son bromas de Internet. Sus manchas, cuando nos lleguen, no se bajarán nunca de la Red, siempre nos afectarán las mentiras o las suposiciones que se hagan sobre nosotros, y seremos señalados, serán señalados, también los inocentes, aunque a los inocentes los hayan declarado como tales un juez o mil jueces. El objeto de la maledicencia es la mancha porque sí. Para darles gusto a los sinvergüenzas que mienten a sabiendas sobre los demás, Internet ha puesto a disposición millones de cáscaras de plátanos en las que caemos como moscas.

Tengan cuidado con aquello con lo que están de acuerdo, con aquello que les gusta que se diga sobre los otros. Muy probablemente es mentira. Comprueben, vuelvan a las preguntas esenciales del periodismo, desmonten la mentira, busquen la realidad.