Puede que sea que las neuronas se han ido de paseo y sólo recuerden los argumentos de los cuentos de nuestra lejana infancia, pero he sacado a colación esta pincelada narrativa para comparar la diferencia entre los artilugios de ayer y de hoy. Para uno, que todavía no ha logrado dar con la configuración del manos libres del móvil y aplicarlo al propio coche, le resulta surrealista ver a los enanos de la familia gobernar un vehículo, dotado con cámara para evitar los obstáculos, mediante un programa incorporado a su tableta ("tablet"). Les juro que fui testigo en un santiamén de cómo programaban el juguete, después de una breve lectura del manual de instrucciones, mientras que yo aún no he dado con la clave del funcionamiento de mi comunicador de bolsillo, causante de que mis mensajes a los amigos no llegaran a tiempo en vísperas de la Nochebuena. En fin, que el romanticismo de los amores platónicos del soldadito cojo por la bailarina y su sacrificio póstumo en el fuego purificador sólo han dejado entre las cenizas un pequeño corazoncito que no sucumbió a las llamas. De los amantes sacrificados sólo queda el regusto agridulce del amor más allá de la existencia. Y es ese sentimiento el que añoramos cuando hacemos balance de un año que se nos ha ido entre los dedos, con la misma impunidad con que los abrimos para dejar escapar esa ínfima cantidad de agua contenida en el hueco de nuestras manos.

Podría hacer repaso de lo que todos hemos conocido durante estos doce meses, pero la informática y los medios cibernéticos aludidos tienen mucha mayor capacidad de síntesis que uno mismo, que nos aferramos muchas veces a nuestros recuerdos improductivos.

Mencionar la lista de fallecidos, que fueron personas vinculadas al mundo del arte o del espectáculo, resulta mucho más prolijo que recordar a un pariente cercano que ya ha partido el año antes de la fecha y por su propia cuenta. Quizá por la falta habitual de relaciones vi en las páginas de este periódico la esquela de su desaparición vital, y por tanto llegué tarde para rendirle memoria de su pérdida a sus hijos. Mi prima Mercedes Monteverde dejó esta existencia con la callada quietud de lo irreversible; hecho que lamento no haber llegado a tiempo. Y son estas incidencias personales las que no interesan a la mayoría, que vive inmersa en el morbo del escándalo o la polémica permanente. Todo consiste en malversar las declaraciones que un personaje público emite para sus votantes, porque el descrédito y la desconfianza generalizada son una constante que planea por encima de sus palabras, aunque estas sean pronunciadas de forma espontánea y sincera.

Aplicados estos razonamientos a nuestro frágil y reducido entorno, podríamos calificarlos como de un peligro potencial a medio plazo, porque estamos a punto de tropezar con el vecino o de abrirnos el paso a codazos por un empleo decente y duradero, a pesar de que las oportunidades de formación no son todo lo óptimas que se precisan para subsistir. Llegados a la meta de la San Silvestre, con un año renqueante que se viste con un atuendo deportivo que le queda como una patada en el escroto, y acto seguido se lanza a emular a los que se pasan el año quemando calorías por esas carreteras intransitables o por caminos periféricos de la ciudad, no deja de ser un contrasentido de oropel que únicamente genera la noticia que todos están deseando leer. De que todo va a mejorar, para que nada mejore y siga igual, o peor. Esa, y no otra es la síntesis de doce meses de un calendario finiquitado, que como todos los pasados y venideros resume un cúmulo de deseos improbables, por lo ficticio de sus planteamientos y procedimientos de comunicación. Confieso que el argumento inicial de este comentario era absolutamente distinto, pero, qué quieren ustedes, la realidad se impone a la ficción, y ante esta sólo nos queda hacer votos de que al menos una mínima mejoría contribuya a seguir inmersos en la vida que nos ha tocado vivir. De modo que, perdonando mi poquedad premonitoria, sólo me resta desearles -les aseguro que de forma absolutamente sincera- lo mejor para el año venidero que ya está dando las primeras patadas en el gestante vientre del tiempo; que nos roba felicidad y vitalidad sin que nos demos cuenta de ello. Ya que esta última es una entelequia que nos fabricamos, como el corazoncito de plomo de nuestro cuento. Tengan todos un mejor Año Nuevo.

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