Es la cualidad que le cabe al conjunto de tubos y trompetería que constituyen el órgano del Auditorio de Tenerife Adán Martín. A esto le han llevado los gestores de aquel espacio musical emblemático de la Isla. Emblemático por su arquitectura. O mejor, por su monumental escultura a la que he hecho referencia en otras, bastantes, ocasiones. Desde la confortabilidad para el usuario es obvio que el recinto deja bastante que desear, ateniéndonos a los códigos de la arquitectura. Pero eso, ya, es llorar por la leche derramada. No tiene remedio. Nos hemos tenido que habituar a sufrirlo.

Uno de los elementos que encareció la obra durante el desarrollo de su construcción fue la dotación del órgano (alrededor de 1.600.000 euros). Ningún auditorio que se precie de tal se concibe sin la instalación del instrumento rey: el órgano. Y la comisión asesora que formó parte del desarrollo del proyecto tuvo presente ese hecho, como el de la ampliación de la caja escénica para dar cabida a espectáculos operísticos. Y gracias a dicha comisión la funcionalidad de la sala. Naturalmente, se incrementó el coste del proyecto. Pero de su multiuso se está dando debida cuenta.

No alcanza al órgano la debida rentabilidad de la inversión que ha devenido en gasto. Para venir a ser solamente un elemento decorativo bastaba la simulación de los tubos y trompetería sin más aditamentos técnicos y complejos. Desde luego, no podía estar en la mente de su impulsora, nuestra catedrática de Musicología doña Rosario Álvarez. No podía pensar ella que el fin del órgano por ella propuesto fuese el decorativo. Es mucho el amor que ella siente por este tipo de instrumento, cosa que está harto demostrada a lo largo de su carrera profesional.

Uno, yo, que es un simple aficionado a la música, siente el desdoro que supone para el órgano de nuestro auditorio su nula funcionalidad. Existe gran cantidad de obras compuestas para órgano, sacra y profana. Hay un buen plantel de organistas que, desde aquí, sólo podemos disfrutar a través de Radio Clásica. Aparte los ciclos anuales que organiza precisamente doña Rosario en algunos espacios religiosos. Pero nuestro órgano, que lo hemos pagado todos en nuestra cuota parte, continúa silente. Lo pudimos escuchar y disfrutar, en el décimo aniversario de su inauguración, corriendo el mes de mayo de 2015. En un artículo en esta columna, del 16 de mayo de 2015, decía: "Me gustaría escucharlo alguna vez que otra antes de que se me caigan más hojas del calendario y doña Parca me retire a criar malvas en algún recóndito lugar". Parece que la gestión del Auditorio no me dará ese gusto. Está muy por encima de los Reyes Magos.