Del pasado. Los términos utilizados recientemente por el profesor, y diputado nacionalista, Juan Manuel García Ramos para analizar la coyuntura política en las Islas nos devuelven al siglo XX. Viejos dogmas que nadie se atreve a cuestionar: desarrollismo, sostenibilidad, superpoblación, consumo irresponsable de territorio, ultraperiferia, deterioro ecológico, reorientación del modelo productivo. Todo muy antiguo y catastrófico. El sistema económico supeditado a la aplicación de planes de acción formulados desde la administración pública, a reencontrar la agricultura y a potenciar la industria para rebajar nuestra dependencia del turismo. Doctrina que ha sustentado la acción política de los últimos veinte o treinta años, y que ha condicionado la producción legislativa autonómica y nuestras relaciones con Madrid, con Europa y con el resto del mundo. Filosofía que tuvo su momento estelar en 2003, con aquella manifestación masiva contra las torres de alta tensión que pretendían pasar por Vilaflor, instaladas finalmente junto a la TF-1 para gloria de sus promotores.

Del presente. Poco que objetar a la insistencia de un señor mayor, preparado y gran orador, coherente con su propia forma de pensar. Preocupante, sin embargo, que no se refute tales paradigmas, constatada su ineficacia por lo ocurrido con el paso del tiempo y felizmente superados por la globalización y la nueva era digital, fenómenos propios de estos últimos años que tienen y tendrán consecuencias directas sobre el funcionamiento de la economía y el bienestar de las personas. Ningún partido político, ninguno, ni los que venían a darle la vuelta al calcetín, ni el suyo propio ni sus coaligados hablan de ideología. La política actual renuncia a ella, se limita a gestionar un presupuesto, comportamiento que tiene el recorrido que tiene. Nada de sangre nueva -con espíritu crítico, inteligencia y ganas- que plantee nuevos argumentos acordes a nuestro tiempo. Si la hubiera, no se escucha, y es urgente que se manifieste.

Diagnóstico. Pensará usted que este inicio de año me ha nublado las entendederas, que nos tienen fritos a todas horas con todas esas ideologías enfrentadas entre sí: las izquierdas contra las derechas, los nacionalistas y los independentistas contra los unionistas, los antisistema contra todos, etcétera. Y puede que tenga parte de razón, pero solo parte, porque los bandos existen, es cierto, como jugadores del Risk que se atacan lanzando los dados. Poco más, porque con total seguridad ni los afiliados ni los candidatos tienen claro cuáles son las ideas fundamentales sobre las que se construye el proyecto político que defienden. Y hace falta. Ese es mi diagnóstico sobre el estado de la política española: la falta de ideología, la ausencia de voluntad e ideas para dejar la superficie y bucear hasta el fondo de los problemas reales de las personas; el fin último de todo este circo. Discrepará conmigo de nuevo, seguro, aunque no piense que me olvido de la corrupción ni de la endogamia ni de la falta de democracia interna, que, en el fondo, son consecuencia de esa ausencia de ideales y, por tanto, de valores.

Del futuro. La situación político-social de Cataluña brinda la oportunidad estratégica de hablar de ideología. Sobre todo a los partidos moderados periféricos, incluido el canario, que abrazaron el nacionalismo para distinguirse, que usan la marca para identificarse como partido local que defiende los intereses de los nativos. Una oportunidad única para alejarse del movimiento independentista y reivindicar cercanía, comprensión de las circunstancias propias, capacidad de decisión y posibilidad cierta de poder presionar para conseguir más, más dinero de los Presupuestos Generales del Estado, se entiende. Parar a afilar la sierra, como recomienda Stephen Covey, renovar el mensaje.

Del cielo. Llueve, al fin, regalo de los Reyes Magos.

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