El forense aún no se ha recuperado del susto. Sin embargo, para la familia ha sido el mejor milagro de cualquier navidad. Todo comenzó cuando una lúgubre llamada del director de la cárcel anunció a sus allegados de la muerte de Gonzalo Montoya, un preso de uno de los módulos más peligrosos del Centro Penitenciario de Asturias. Lo encontraron sentado en su celda, tan calladito que las autoridades de la cárcel creyeron que estaba muerto. Así lo certificaron dos médicos tras tomarle el pulso y hacer las pruebas que consideraron pertinentes: todo antes de que el juez ordenara el levantamiento del cadáver. Lo metieron en una oscura bolsa y lo mandaron a la morgue con el fin de hacerle la autopsia. Pero allí ocurría lo realmente terrorífico, una escena digna de la más escalofriante novela de Stephen King.

Los operarios colocaron al presunto finado encima de la mesa para que la forense introdujera el afilado instrumental al fallecido. De repente, al personal se le puso la piel de gallina escuchando extraños ruidos procedentes de dentro de la bolsa. El sudario se movía y se escuchaba a alguien bramar desde dentro. Absolutamente acongojados, pudieron comprobar que se trataba de los ronquidos del bueno de Gonzalo, que había vuelto a la vida o, mejor dicho, que nunca la había dejado. Su pulso era tan débil que lo habían dado por muerto. Ayer un médico decía en televisión que estas cosas ocurren dos o tres veces al año, a lo que yo pensé para mis adentros: "Que se sepa". Qué miedo tú.

@JC_Alberto