Aunque no suelo pronunciarme sobre temas mediáticos televisivos, recuerdo en una ocasión, emitiendo una opinión personal sobre la entonces escuchimizada Ana Torroja, vocalista del grupo Mecano, que tuvieron gran predicamento en los ochenta con sus insulsas cancioncillas, peor letra y absurdos argumentos, hasta el extremo de convertirse en fenómenos mediáticos en plazas de toros y lugares al aire libre. Al ritmo pegadizo y machacón de las melodías y gracias a la potente amplificación tecnológica, se podían escuchar los susurrantes maullidos de la enclenque Anita, acompañada por los instrumentos de los hermanos Cano, que rivalizaban como dos canes de pelea en cada actuación, hasta que concluyeron en separarse y romper el grupo. El mayor de ellos quiso componer en plan sinfónico su proyecto de ópera, que tituló "Luna", como la canción que les hizo famosos, y para ello se afincó en Londres jugándose todos sus ahorros con escaso rédito. El otro se buscó un estilismo rompedor y se cambió de quilla a perilla sin rubor, compitiendo con la fémina del grupo, que tuvo que cambiarse hasta la cara en los Estados Unidos y volver con todas las cicatrices aún frescas y casi sin voz audible. Algunas promociones de viejas canciones remasterizadas les han permitido seguir subsistiendo hasta ahora, si bien, salvo un milagro, resulta meridiano que su momento de gloria ya es sólo historia.

Pero como el protagonismo de lo novedoso es imparable, la veterana empresa Gestmusic-Edemol, formada por unos avispados socios catalanes, exmiembros del grupo La Trinca, se lio de nuevo la manta a la cabeza y resucitó un híbrido de la Operación Triunfo que tantas ganancias económicas les produjo. De esta forma volvieron las selecciones en diferentes provincias, en donde se valoraron a miles de aspirantes para pasar la criba y optar a la candidatura de formar un grupo para ser formado en la academia de igual nombre, cuyos componentes fueron encabezados por Noemí Galera y un grupo de profesores veteranos, así como dietistas, coreógrafas, monitoras, nutricionistas y dos floreros -los llamados Javis-. Pero, como todas las empresas montadas para ganar dinero, a los participantes se les adjudicaron diversos papeles, como el del inexpresivo Cepeda, la tímida Amaya y su titubeante fraseología, o el burlón y travieso Roy, encerrándolos finalmente en un jaulón confortable para recibir toda la formación exhaustiva en el menor plazo de tiempo posible. Fruto del primer experimento de hace unos años, el resultado dio como ganadores a Rosa López, David Bisbal y David Bustamante, dejando en cuarto lugar a una Chenoa que supo obtener mejores réditos pese a ser la última elegida. Tanto que la propia empresa, organizadora también de la versión adulta de "Tu cara me suena", orientada a la imitación de alguna figura de la música ya consagrada, la ha asignado como miembro del jurado en el rol de calificadora algo ingenua, víctima de las chanzas de la mayor de los Flores, Lolita, del imitador Carlos Latre y del histriónico Ángel Llácer y su diccionario enciclopédico.

En cuanto a los aspirantes que han quedado para formar parte de la academia, destacaremos a los dos tinerfeños, Agoney, de Adeje, y Ana Guerra, de La Laguna, llevando esta última una trayectoria más irregular que el cantante sureño, ya que se crece en interpretaciones de solista y se merma cuando le toca actuar formando dúo, tanto en femenino como en pareja. Una actitud de inseguridad que nada le favorece, pese a la ridiculez de algunos seguidores despersonalizándola de su apellido: Guerra, por War, más anglófilo.

Como todos los programas prefabricados, los resultados ya están previstos, porque a pesar de la miríada de vociferantes invitados que se agolpan en el plató, los triunfadores del concurso serán contratados en condiciones leoninas hasta que logren erradicarse de dicha servidumbre, por los gastos ocasionados durante la formación académica. Por poner un ejemplo cercano, en otro ámbito, siento lástima por esas criaturas a las que se les obliga a cocinar platos propios de adultos, cuando apenas levantan dos palmos del suelo y no pueden siquiera sostener un caldero para colocarlo sobre el fuego. Pero es que detrás de esa carga de ingenuidad está el interés prioritario de los organizadores del programa y el de los progenitores, que aleccionan a sus hijos a comportarse como si fueran auténticos profesionales de los fogones, cuando ellos sólo quieren jugar y divertirse.

Esperemos que el año que comienza, aparte de los consabidos sustos por encarecimiento, nos traiga algún programa novedoso a los hogares, que no sea reiterar el tema catalán o las andanzas del Chicle, Matamoros, Pestiños, Belenes y Kikos, Y, por favor, no cambien más los apellidos.

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