Sale en la prensa una foto de Diana López, la madre de la joven asesinada Diana Quer, acompañada de su hija. Fue captada hace algunos años, cuando la joven era una niña que mira a la cámara con los ojos de quien tiene toda una vida por delante. Ninguna de las dos sonríe, como si de alguna forma estuvieran posando para ese mañana triste que luego les amaneció.

Hay una frase que se ha hecho famosa para los asesinos de mujeres: "De la cárcel se sale, del cementerio no". Ese parece ser el frontispicio de tantos hombres que han decidido ejercer una violencia absurda y cruel. Y el colofón de violadores y asesinos que han sido condenados a penas enormes pero que luego, en lo que parecen pocos años, vuelven a estar en la calle.

Esta sociedad se ha gastado lo que no está escrito en campañas de mentalización y educación contra la violencia machista. Pero ha fracasado. Una y otra vez se demuestra que estos comportamientos no han sido erradicados. Y lo que es peor, que muchos delincuentes reinciden. El "violador del ascensor" fue antes "el violador de La Paz" y fue condenado a 273 años de cárcel. Pero se le liberó en 2013 y volvió a agredir a mujeres. El "violador de Pirámides", autor de más de 140 brutales agresiones a jovencitas, fue condenado a más de 500 años y vuelve a estar en la calle. ¿Tienen sentido esas enormes condenas que luego quedan en nada?

En España -el reino de lo políticamente correcto- se llama "prisión permanente revisable" a la cadena perpetua. Una iniciativa del PNV, que cuenta con el apoyo de todos los partidos de la izquierda y con las dudas de Ciudadanos, pretende derogar esta disposición penal. En frente están las víctimas. Ya hay recogidas más de medio millón de firmas en una página creada por Rocío Viéitez, madre de dos niñas asesinadas por su padre.

Ninguna sociedad debe legislar en caliente porque suele conducir a errores: la justicia no es venganza. El principio de la reinserción social de los condenados debe ser la base del sistema carcelario. Todo eso es cierto; pero la sociedad debe protegerse de quienes se han mostrado incapaces de vivir en ella. Para los que arrebatan fríamente una vida; para los asesinos, especialmente repugnantes cuando se mueven en el ámbito de la agresión sexual y contra los niños, las reglas deben quedar muy claras: sus víctimas irán al cementerio, pero ellos se pudrirán en las cárceles en severas penas que cumplirán íntegramente y que los contribuyentes españoles pagarán gustosamente de sus impuestos.

La respuesta ante los asesinos no son las campañas de mentalización, sino unas duras y largas condenas que no dejen lugar a dudas. Quienes acaben con una vida deben tener perfectamente claro que también han acabado con la libertad de la suya. Y se acabó la coña.