A fuerza de tantas obligaciones pautadas, tantas exigencias espurias, olvidamos pedir al arte rumbos o, cuando menos, gestos y sugestiones de libertad. Las dictaduras del consumo -que no perdonan parcelas y actividades humanas de cualquier índole- y las manías taxonómicas de parte de la crítica contemporánea se contestaron con proclamaciones, o provocaciones, émulas de la pasión expresionista, recreaciones postizas de ismos superados y seguidismos oportunistas de creadores singulares; imitaciones, en fin, entusiastas o patéticas y de escaso recorrido.

En estas circunstancias, la madrileña Paz Barreiro, graduada en Publicidad y Bellas Artes por la Universidad Complutense, nos sorprende y alegra con sus propuestas de horas llenas y personajes felices, espacios animados con las luces y sonidos de la naturaleza abierta al gozo de los sentidos. Su mundo formal busca, y halla, las complicidades de los espectadores, tanto por la delicadeza y, a la vez, la eficacia del colorido -que evoca miniaturas y ornatos orientales y caprichos modernistas- como en sus composiciones apretadas, que, gracias a una innata mesura, no caen en la frialdad mecánica pese a la repetición "ad libitum" de situaciones y tipos, actos y gestos.

La relación entre la creadora y su público se estrecha por la plasticidad de sus atmósferas gratas, colonizadas por elementos geométricos de rotunda definición y, en equilibrios posibles e imposibles, habitadas por mujeres, hombres y niños sonrientes, en la playa o el balnerario, iconos de una era tranquila donde el ocio y el juego recobraron su vigencia plena, anuncios y cánones que, en la misma dinámica de los fondos y como las flores y señas, aspiran a ser aire sensual y definitivamente nostálgico.

Con una acreditada cultura plástica y lazos evidentes en el patronaje y labores de costura e incluso los recortables infantiles, que dieron alternativas baratas para vestir figuras femeninas, Paz Barreiro ha construido un mundo propio con sus pulcros acrílicos, sin una pizca de descuido ni el más leve signo de cansancio, con secuencias de la memoria y, también, pulsiones futuras, sugestiones irónicas y tiernas, todas ellas incitaciones imprescindibles para escapar, desde el mar, de los cauces más ingratos y peligrosos de la historia de cada día.