Queridos padres, os escribo desde la soledad de teneros y de que no estéis. Os escribo porque os echo de menos, mucho?, y llega el día, hoy, en el que me dan ganas de plasmar en un papel el agradecimiento que siento a toda una vida con vosotros, y al dolor que se pasa cuando llega el momento de empezar a quedarse solo. De repente toca no agarrarse a ese pilar que fuisteis y empiezo a convertirme en el pilar de mi propia vida. Comienza el último paso de la madurez.

Queridos padres, me enseñasteis siempre a luchar, a crecer, a enfrentarme a la vida y a las adversidades. A levantarme tras cada caída sacando el aprendizaje de cada tropiezo. Me enseñasteis a ser responsable y nunca decaer. Me enseñasteis a seguir mis metas, fueses cuales fuesen; lo que hagas hazlo con pasión, decíais. Me enseñasteis a desear, a esforzarme y a resistir. La vida es dura, me repetíais, y hay que cogerla con ganas. Siempre corrigiéndome para ser mejor, ¡cuánto me molestaba! Aunque con el paso del tiempo entendí: era para que no tropezase donde vosotros ya lo habíais hecho. Me enseñasteis a saborear los buenos momentos y a que cada instante era único; me enseñasteis a ser feliz o a, por lo menos, buscar mi felicidad, aunque me equivocase más de una vez, doy fe de ello. Tuvisteis la paciencia de aguantar mis rebeldías, mis mentiras de adolescente y mi falta de ganas de estudiar. Escuchabais mis dudas y mis inseguridades con gran tolerancia, y gracias a esas charlas me fui haciendo más fuerte. Me enseñasteis a comunicarme, a decir lo que pensaba sin miedo a las respuestas, porque la comprensión y la empatía eran vuestro lema. Me hicisteis una persona capaz; me enseñasteis que en la vida no había límites, sino las situaciones o los tiempos que yo me pusiese. De uno obtenía el positivismo y del otro el realismo, ¡qué gran combinación! Aprendí a soñar y a viajar con la mente. Aún recuerdo cómo nos sentábamos con la bola del mundo; conocí cada país, cada capital con historias de cada uno de ellos, escuchando los sueños que vosotros no pudisteis cumplir, y que gracias a mis circunstancias he podido realizar.

Pero, queridos padres, a lo que no me enseñasteis es a ver cómo la edad os merma, a ver cómo vuestras capacidades desaparecen, a veros frágiles y débiles. No me enseñasteis a veros cómo os apagabais y que yo no pudiera hacer nada más que estar. No me explicasteis lo que se siente cuando las personas más importantes de tu vida, aquellas que dieron y dan todo por ti, empiezan a desaparecer, aun estando. Echo de menos el abrazo y las palabras "tranquila, aquí tienes un techo y nosotros vamos a estar". Aunque no lo necesitase, sabía que estabais y que ibais a estar. Que la seguridad que proporcionabais empieza a desvanecerse y que ahora se palpa la soledad. Echo de menos coger el teléfono para contaros un problema o una alegría; haceros partícipes de mis cotidianidades, a veces banales, a veces difíciles. Echo de menos que me tapaseis por la noche y el beso hasta el día siguiente. Echo de menos el zumo que me traíais a la cama o los churros los domingos. Echo de menos el calor de vuestros cuerpos en el abrazo que me daba protección. A veces me gustaba volver a sentirme pequeña, aunque os doblase en tamaño, tan solo para saborear el amor que me profesabais.

La vida pasa, y crezco? Vosotros os disipáis y duele. Es ley de vida, sí, pero no me preparasteis para eso. Ahora me toca ser mi propio paraguas, y me mojo. Me toca enfrentarme a mis problemas sin tener quien me cobije; a vosotros también os pasó y no sé cómo lo resolvisteis. Habéis sido unos padres ejemplares y el listón está muy alto. ¿Cómo lo hago?

Solo se me ocurre agarrarme a todas vuestras enseñanzas, a todas vuestras charlas, me las repetiré. Porque me enseñasteis bien, más que bien. Me enseñasteis que con el amor todo avanza, que la integridad y los valores no se deben perder. Que la fe en uno mismo es indispensable. Que la responsabilidad y hacer el bien son una bandera que debo llevar conmigo. Que yo puedo y podré. Porque me enseñasteis a ser fuerte. Y que mientras estéis seré yo quien os cobije, quien os dé ese abrazo que os hará sentir ese calor y la que os dirá que, mientras esté, no estaréis solos.

Me enseñasteis a ser independiente, autosuficiente y a enfrentarme a los problemas, ¡qué grandes sois! Es duro veros así, pero al mismo tiempo seguís manifestando la ternura que lleváis dentro, eso no lo habéis perdido. La vejez llega de imprevisto, y nunca se está preparado para ello. La vida no te prepara para la pérdida, ni de cualidades ni de capacidades, menos aún de tus seres queridos. Aunque ahora no podáis ser mis pilares, porque la vida así os ha tocado, ahora me toca ser el pilar a mí, para mí y los míos. Estoy lista para ello.

Queridos padres, Gracias.

*Psicóloga y terapeuta

anaortizpsicologa.blogspot.com.es