La gripe hizo tanto estrago en el edificio que, después de una semana con estornudos, toses y delirios por culpa de la fiebre, por fin se hizo el silencio y la Padilla, que había decidido encerrarse en el ascensor para no contagiarse, pensó que algo grave nos había pasado.

Durante aquellos siete días, decidió que la mejor manera de soportar la reclusión voluntaria y claustrofóbica era llevar la cuenta de quien tosía, en qué orden y cuántas veces. Por eso, cuando dejamos de hacerlo, un escalofrío le recorrió el cuerpo.

-¿Hola? -gritó desde allí dentro, esperando escuchar una tos como respuesta.

Nadie respondió y la Padilla se puso a temblar de miedo, sobre todo porque le vino a la mente el olor a cotufas de aquella tarde de verano en que un pretendiente bajito de Icod el Alto le llevó al cine a ver una película de zombis. Ese día, ella acabó debajo del asiento y él acabó con las cotufas.

Ahora, años después de aquella terrible experiencia, se encontraba encerrada en un ascensor. Decidió que lo mejor era no hacer ruido para evitar atraer a aquellas criaturas en las que ella pensaba que nos habíamos convertido tras la enfermedad.

Mientras tanto, fuera del aparato la vida continuaba. Sí, la gripe nos había tumbado a todos pero habíamos logrado recuperarnos.

-Ay, nunca había tosido tanto -se quejó Úrsula.

-Ni yo, pero lo he contado como abdominales, así que, de aquí a marzo, no hace falta que vaya al gimnasio -comentó María Victoria.

-Al gimnasio puede que no pero a la peluquería?

Tenía razón. Tras una semana en cama, parecíamos muertos vivientes.

-Yo lo siento mucho pero voy a bajar a lavarme el pelo -advirtió Brígida.

-Pues no creo que Rita abra hoy. Es la que más ha estornudado -señaló

Úrsula, debajo de una maraña capilar con más grasa que un lomo de cerdo en salsa.

- Entonces habrá que obligarla a que abra -exigió María Victoria con tanta rabia que solo le faltaba un fusil para ir a las barricadas.

-¡Vaya! -exclamó Eisi a la entrada de su piso del que salía un tufo desagradable después de siete días encerrado-. Ahora a las señoras no les importa que haya una peluquería en el edificio.

En medio de la conversación, apareció Yeison, el recepcionista, con una chaqueta con más colores que el escenario del Recinto Ferial en la final de murgas.

-Buenos días, pipol. Les anuncio que mi madre abre la peluquería en tuenti minuts.

Al escuchar aquellas palabras, el ambiente se tensó y, como si alguien hubiera dicho "Tres, dos, uno? Ya", todos corrieron escaleras abajo, empujándose unos a otros.

El alboroto de las carreras, los codazos y los gritos por llegar primero retumbaron dentro del ascensor y la Padilla empezó a rezar.

-Ya vienen a por mí.

María Victoria fue la primera en llegar al portal.

-¡Prime! -gritó dando saltitos que también contabilizó para restar a los días de gimnasio.

-Tranquilidad -pidió Rita, a punto de abrir la peluquería.

-Ay, mami. Casi me matan -suspiró Yeison estirándose la chaqueta-. No me han

dejado contarles.

-¿Contarnos qué? -preguntó Eisi.

-Que no es por orden de llegada. En casos tan graves como este, mi madre usa el medidor de grasa -explicó.

-Así es. Atiendo primero a quién más grasa tiene. Es por un convenio que firmé con el Ministerio de Medio Ambiente.

Yeison entró en la peluquería y regresó con unos guantes y un aparato.

- ¡Quietos! ¿Qué es esa música? -preguntó Eisi girando la cabeza.

-No cambies de tema -se enfadó Úrsula.

-Hablo en serio. ¿No oyen esos gritos?

-Vienen del ascensor -apuntó Brígida.

-Sé lo que están intentando y no pienso moverme. ¡Yo soy la primera! -insistió María Victoria aferrada a la puerta de la peluquería.

-Creo que ahí dentro hay alguien en peligro.

Todos, menos María Victoria, corrieron hacia el ascensor. Eisi pegó la oreja.

- Señor, llévame tú antes de que los zombis acaben con mi cuerpo -se escuchó.

Eisi abrió la puerta de golpe y la Padilla se encontró de frente con todos sus vecinos malolientes que llevaban unos pelos en estado deplorable, y con unas ojeras que parecían barrancos por culpa de la gripe. La mujer no pudo soportarlo y perdió el conocimiento.

Yeison corrió hacia ella con el aparato medidor de grasa.

-¡Uf! Insuperable. Mami, ella es la primera.